Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Hace décadas empecé a seguirlas a través de la radio y luego lo hacía por televisión, en donde estuviera. Ahora igual cumplo —y disfruto— el ritual por horas (y días) en tele o en streaming de internet en vivo, con recursos multimedia e información en tiempo real.

En fin, aparte de las nuestras, este escribano se ha clavado con atención en unas 12 elecciones presidenciales de los Estados Unidos, que podrían darnos algunas enseñanzas de democracia y política o incluso de la condición humana. A veces se vuelven una especie de guía sobre qué hacer, qué no hacer, y cómo hacerlo o no hacerlo.

Se ha generado ahora una inédita bronca. Sabemos que los recientes resultados han sido muy estrechos y se añade la complejidad de un sistema indirecto: los votos ciudadanos sólo sirven para asignar al ganador de un estado todos sus votos electorales (delegados) de acuerdo al peso de su población, con el objetivo de lograr al menos la mitad más uno del total de 538 en los 50 estados y el Distrito de Columbia, o sea, 270.

La votación confirmó la fuerza del actual presidente entre los votantes blancos de baja escolaridad y los habitantes de las zonas rurales, lo cual no se redujo en forma significativa como cabía esperar. Tampoco deja de ser “popular” el nacionalpopulismo con sus liderazgos fascistoides de pretensiones mesiánicas y reiterados ofrecimientos simplistas, que se nutren del aplauso fácil y la adulación.

A raíz de la pandemia, claro, las complicaciones se incrementaron por la gran cantidad de votos anticipados y a través del correo, lo que facilitó al cuestionado presidente cumplir sus amenazas de no aceptar la derrota y actuar por la vía legal con fines políticos. ¡Al día siguiente de la elección, Trump inició demandas legales contra el mismo proceso que unas horas antes festejaba a medio conteo!

Sin prueba alguna se precipitó a decir que había ganado… a partir de datos parciales de los primeros votos que fueron contados (sobre todo republicanos, ya que muchos demócratas adelantaron sus votos por correo pero serían contados después). Como tal, dicen, la impugnación es “un atentado a la democracia” y contra la confianza en instituciones que resultan esenciales para mantener la cohesión de esa sociedad.

Y aseguran que si Trump acepta irse al basurero de la historia, difícilmente lo hará si no se lleva a otros con él. Demencial e irresponsable, pues, y habrá que ver si sus partidarios de fe ciega le sostienen el apoyo. Viene al caso la pregunta: ¿Cuántos legisladores y aliados empresariales lo seguirían como “presidente legítimo” en contra de las instituciones?

Ante la crisis sanitaria, quien buscaba reelegirse engañó al pueblo (primero la negó y luego le restó relevancia, aparte de excluir el uso del cubrebocas), lo cual profundizó esa calamidad y la crisis económica. Miren, como en otros casos, muchos estadounidenses le creyeron o no le dieron importancia a sus mentiras, y parece que en la elección ganó la mayoría de los estados más golpeados por el Covid-19.

Si la mitad de sus paisanos le cree a Trump su propaganda, para ellos Joe Biden sería un presidente espurio que llegó ilegalmente al poder, lo cual no ayudaría en nada al país. Son estas algunas de las repercusiones del populismo, de la grilla o politiquería por ambiciones personales, de la ignorancia e ineptitud tan destructiva, y de una estrategia que implica mentir en forma sistemática y patológica.

Aun sin Trump el trumpismo podrá pervivir con su cauda de polarización y división social, normalización de la mentira, odio a quien piensa distinto, culto al autoritarismo, engaño sobre las perspectivas económicas, desdén por la ciencia y la competencia, o desconfianza en la Ley y la democracia. La corrupción y la crisis política, oigan, pueden llevar a decisiones absurdas y contraproducentes.

Bueno, Joe Biden ganó la presidencia pero el daño del populismo queda y no será nada fácil revertir una dizque transformación más bien demagógica, que se convirtió en una verdadera pesadilla. Lo jurídico se vuelve político y, en vez de ponerse a trabajar o invertir, algunos viciosos incorregibles piensan ya en la próxima elección.

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