El príncipe de ‘La onda’

Miguel Ángel Sánchez de Armas.

Si tuviera que definir con una palabra a este escritor tendría que afirmar que fue un experimentador. Desde el inicio de su carrera de escritor, Gustavo Sainz se lanzó a la búsqueda de nuevas formas literarias. 

Gazapo (1965) su primera novela, apareció cuando frisaba el cuarto de siglo. Compartió varios elementos de la corriente llamada de la onda o juvenilismo:   el retrato de la sociedad mexicana con personajes jóvenes, humor e irreverencia.

Y fue, quizá junto con Salvador Elizondo, de los escritores pertenecientes a la época que más experimentaron con la técnica.

Gazapo sería una novela tradicional de jóvenes si no fuera por los puntos de vista narrativos que se hacen presentes a través de la grabadora de audio y el teléfono y que se convierten en una especie de narrador omnisciente que en lugar de conducir al lector por la trama sólo establecen guiños que se deben descifrar, por el constante flashback de las grabaciones.

En 1966, Sainz escribió su Autobiografía en la colección “Nuevos escritores mexicanos del Siglo XX presentados por sí mismos” que promovió Emmanuel Carballo. Los escritores de la onda parecen compartir la característica de haber sido escritores precoces, y se beneficiaron de coincidir con una generación anterior receptiva al trabajo de los escritores jóvenes, a la que pertenecen tanto Carballo como Arreola y Leñero, que impulsó a quienes mostraban trabajos prometedores. Fue el caso, entre otros, de Sainz, José Agustín y Gerardo de la Torre. 

Algunos títulos de la colección de Autobiografías hoy se perciben como historias anecdóticas, pues a los 25 o 26 años, generalmente con un solo libro publicado, hay poco que contar en la trayectoria como escritor, pero sí muchas y divertidas anécdotas por las que transitaron los escritores jóvenes de la época. O bien, hechos que informan sobre el ambiente literario de los sesenta, pues la colección incluyó las historias de Sainz, José Agustín, Monsiváis, Elizondo, Parménides García Saldaña, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Tomás Mojarro, Vicente Leñero, José de la Colina, Homero Aridjis, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Marco Antonio Montes de Oca.

Así, la Autobiografía fue realmente el segundo libro de Sainz, quien fue nombrado director literario en la editorial Joaquín Mortiz cuando contaba apenas 20 años, cargo que ocupó durante una década. Después, de 1970 a 1980 ocupó el mismo puesto en la Editorial Grijalbo.

En Obsesivos días circulares (1969), un narrador cuenta una historia al mismo tiempo que lee el Ulises de Joyce, en una narración poblada de citas y referencias a la cultura, un interesante conjunto de fragmentos que recogen hechos, ideas alrededor de un hecho, parlamentos de diferentes personajes. Esta superposición le da a la novela un ritmo narrativo peculiar no exento de humor, en donde resulta muy visible el regodeo en la técnica narrativa.

La elaboración del trabajo novelístico de Sainz se nota incluso en los periodos que hay entre sus títulos. La princesa del Palacio de Hierro, su tercera novela, apareció en 1974 y obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia. Esta es una de mis preferidas porque está tan bien contada, tan bien manejada en lo narrativo, que emana una gran frescura y la técnica pasa prácticamente desapercibida. 

La técnica consiste en hacer hablar a la protagonista incesantemente, de hecho es la única narradora de la novela. En la presentación del libro asemejan a esta protagonista con una nueva Scherezada, cuya vida depende de la atención que logra de sus oyentes. 

Esta moderna princesa, que da título a la novela porque durante algún tiempo trabaja como dependienta en la tienda departamental El Palacio de Hierro, retrata a la alta burguesía mexicana joven de la época: sus amores, sus  hábitos de diversión, la frivolidad, el ambiente político, con un gran desenfado y gracia: la gran mayoría de las situaciones son llevadas al extremo porque se narran con exageración. Muchas veces se criticó esta novela porque se decía que lo único que había hecho Sainz era transcribir la vida que una joven de la alta burguesía le había contado

Está de más decir que los largos periodos entre la aparición de sus novelas también se explican porque los escritores en México se tienen que echar a cuesta chambas adicionales para obtener ingresos y no morir de hambre en el intento. Recuerdo que Sainz confesaba divertido que se “solapeaba” los libros que reseñaba semanalmente en la revista Claudia, aunque reconocía que era una delicia tener un empleo cuya actividad consistía en leer.

Años más tarde, este hombre de maneras apacibles combinaría su tarea de escritor con la de servidor público y profesor universitario. Antiguos alumnos de Gustavo Sainz en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales me cuentan que cuando era jefe del departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes les hacían un descuento en la librería y lo mejor era comprar los que Sainz llevaba a clase porque eran los que él asignaba como lectura.

Varias generaciones leyeron así a William Faulkner, John Dos Passos, E.L. Doctorow, Henry Miller e Isaac Bashevis Singer, entre otros novelistas estadounidenses. Sainz tenía además una arraigada costumbre en esos años de profesor: vestía de traje y corbata cuando aplicaba examen a sus alumnos. Y   confiaba, con la enigmática sonrisa que lo caracterizó, que alguien le encontraba parecido con Dostoievski… una de las escasas cosas que decía sobre sí mismo, pues insinuaba que lo sucedido después de la Autobiografía no se podía contar.

Después de La Princesa vino Compadre Lobo (1975), que sería la primera novela de un mexicano escrita en una computadora… prestada por la IBM. Sainz fue uno temprano entusiasta de la tecnología informática. En esta cuarta novela se ocupa de una clase más popular: la estrategia narrativa es menos novedosa, pero trabaja con eficiencia el mundo de un grupo social más desprotegido económicamente.

A continuación de estas cuatro novelas que fueron las que le dieron un sitio en la literatura mexicana, publicó más de una decena. Fantasmas Aztecas (1982) y Paseo en trapecio (1985) fueron las dos primeras que escribió después de cambiar su residencia a Estados Unidos, por razones que sólo entendería quien ha vivido en México y padecido su política. En ellas es notable su decisión de mantener y trabajar la mexicanidad de su producción anterior. De hecho, esta es una característica de la obra de Sainz, pues él mismo afirmó que el estar lejos no lo alejó de México. 

La experimentación fue una constante en su obra. La muchacha que tenía la culpa de todo (1995) es una novela contada a base de preguntas. Quiero escribir pero me sale espuma (1997) es la escritura que se mira a sí misma, la mirada al acto de escribir, personificada en un escritor, quizá él mismo, que no encuentra su novela y que debe cumplir con la entrega de una a cambio de una beca recibida. 

En Muchacho en llamas (1987) volvió a usar múltiples voces narrativas en recortes de periódicos, páginas de un diario personal, anuncios radiofónicos y subrayados de libros: Sainz siempre defendió esta lectura personal. Afirmaba que los subrayados de un texto se convierten en la lectura única e intransferible de quien los hace.

Cada novela de Sainz, desde Gazapo, pasando por las que he mencionado y A la salud de la serpiente (1991), Retablo de inmoderaciones y heresiarcas (1992), Salto de tigre blanco (1996) hasta A troche y moche (2002) que le valió el Premio México-Québec en 2003, se asemeja a la definición que Salvador Elizondo ha hecho de la novela ideal como aquella que “revela un arduo juego del espíritu y la escritura”.

Quizá no sean tan conocido que Gustavo fue también personaje literario. José Agustín lo introdujo en Ciudades desiertas y Roberto Bolaños en Los detectives salvajes. Murió poco antes de cumplir 75 años en Bloomington, Indiana, en cuya universidad impartía clases. Parte de su obra fue traducida al inglés, francés, italiano, búlgaro, rumano y polaco.

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