Alejandro Zapata. 

Los partidos políticos no pasan por su mejor momento y, sin embargo, pesa sobre ellos la responsabilidad de presentar candidatos a las próximas elecciones, personas que deberán enfrentar y dar la cara ante una ciudadanía molesta, enojada y harta de tanto engaño, dispuesta a cobrar facturas en las urnas.

El reto no es menor, quien consiga la mayoría en la Cámara de Diputados definirá el derrotero a seguir en la inacaba transformación del país, la disyuntiva hasta el momento se centra, sobre el avance de la cuarta transformación o, la estrategia de contención, siendo las visibles alternativas puestas sobre la mesa.

Las condiciones adversas a los institutos políticos de oposición ante una pérdida de identidad, restandoles fuerza y simpatías, los ha orillado a conformar impensables alianzas, motivadas a raíz de una tendencia encaminada al autoritarismo, con el grave riesgo de implantar un esquema de corte totalitarista, encabezado por el jefe del Ejecutivo.

Por su lado, la parte oficial cierra filas con sus aliados y recluta a liderazgos locales tránsfugas de otros partidos, que dolidos se refugian en los brazos de sus otrora adversarios sin recato alguno, a la par de postular personajes altamente cuestionados.

En efecto, vivimos en México y aquí se puede esperar lo inconcebible, un caso paradigmático es la candidatura de Félix Salgado Macedonio, en cualquier otro país del mundo estaría en la cárcel, en el nuestro se le regala una gubernatura. De la familia Bejarano, en igualdad de circunstancias, lo mismo que a los Gallardo en San Luis Potosí, se les garantiza protección, impunidad y apoyo.

Con esas decisiones, tal parece que la parte oficial tiene exceso de confianza en obtener la victoria, pues promover a personajes vinculados con acusaciones de todo tipo, representa una degradación de la política, una perversidad, contraria a los valores que dice impulsar, incongruencia en su máximo esplendor.

Sin embargo, hoy en día la amenaza sigue latente, lejos de vislumbrar un horizonte con claridad, se ven nubarrones. Por una parte, el camino a una dictadura acompañada de dirigentes inescrupulosos; mientras por otra, una oposición atrapada en sus laberintos de contención.

Ni una cosa ni otra sacarán al país del atolladero, un requisito indispensable consiste en despertar la conciencia ciudadana como premisa básica, que dadas las circunstancias se torna en un reto complejo, no obstante, necesario.

Ahora bien, es insuficiente que los institutos políticos de oposición en quienes recae en estos momentos la difícil e histórica responsabilidad de reencauzar el rumbo postulen candidatos sin mayor propuesta que ir en contra, también es fundamental construir una agenda futurista y posible, donde exista una visión de Estado, que permita e invite a renovar la esperanza.

Los aspectos negativos ya los conocemos: no a la corrupción, no al viejo sistema, no a la inseguridad, no al engaño, no a la impunidad, no a las mentiras, no a la pandemia, no a la pobreza, no a la dictadura, etc., la ofensiva, es decir si a la democracia, sí a la salud, si a la seguridad, si al Estado de Derecho, si a la justicia, sí a la verdad, si a las libertades, si a la transparencia, si a las oportunidades, si a la reconstrucción de México.

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