Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

En México nos cuesta reconocer los graves peligros y reaccionar con oportunidad ante ellos. Así nos pasó con la guerra contra Estados Unidos, la Revolución, el populismo de la década de 1970, la pandemia del Corovavirus y la extraña transformación lopezobradorista. Tampoco se advirtieron ciertos riesgos en la modernización y la corrupción a partir de 1990, lo que abrió espacios tanto a críticas válidas como a la demagogia oportunista.

Miren, aquello que hace años era “un peligro” y fue magnificado por la propaganda electoral, ha venido a ser finalmente una lamentable realidad. Y ahora, claro, se precisan correcciones… aunque los partidarios del régimen no estén de acuerdo.

No reconocen tantos problemas difíciles, o prefieren no considerarlos para seguir fieles a una causa… a pesar de que su ideología no está tan clara y resulta bastante rara. Si bien el presidente exalta las firmes convicciones de “amor al pueblo”, nada impide que derechistas religiosos o empresariales se integren al gobierno y a Morena, si pueden repetir algunas frases del líder. No es marxismo: viene a ser nacionalpopulismo, aunque acepten el “neoliberalismo” del Banco de México o el TMEC.

La pandemia ha sido una verdadera desgracia para el mundo, pero acá el actual mandatario la minimizó y luego quiso verla “como anillo al dedo” en el marco de sus propósitos políticos personales. La técnica se dejaba de lado y el caos sería resuelto por “un salvador de la patria” con remedios y vacunas… hacia las elecciones con candidatos absurdos dentro de 15 semanas. Sin embargo, los contagios y los muertos siguen desbordados, al tiempo que la vacunación da tumbos por errores e improvisaciones.

Entre tantos problemas, hemos olvidado un poco la economía y la inseguridad. De ésta hablaré luego, y para la economía tan maltrecha (recesión, quiebras, desempleo, falta de inversión y crecimiento con la epidemia y desde antes) la clave está en una firme reactivación que sólo se nota en los discursos y aún tardará sin una auténtica estrategia ni apoyos a las empresas.

El dilema se da entre continuar con algo cuya única certidumbre es el desastre que ya se percibe, o bien atenuar ese proceso al ubicarlo mejor y matizarlo con mayor racionalidad (sobre todo, en lo económico y social). El lopezobradorismo no verá así las cosas, pero la sociedad en general tendrá aquí una gran responsabilidad al elegir diputados, gobernadores y alcaldes, a la vez que no todos producirían irradiaciones delincuenciales.

¿Se dará el milagro? La respuesta, oigan, debería ser bastante clara: ¡No hay más milagro que nosotros, el milagro eres tú!

* UNA DAMA QUE DESDEÑABA yo hace tiempo por su dura ideología conservadora, era la Primera Ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, a quien criticaba desde que fue ministra de Educación, pero se convirtió en una eficaz estadista en su gestión de 1979 a 1990. Sus resultados positivos hacia el final de esa década me hicieron ver que un buen gobierno no se asocia a una u otra ideología, sino a su efectividad en un contexto específico.

Abatió no sólo años de rezago en esa economía, sino dogmas políticos del partido Laborista inglés o sus sindicatos. En los términos de entonces, sentenció ella: “El peor enemigo del socialismo no es el

capitalismo. Es la realidad”, lo cual puede adaptarse hoy acá a algo como: El peor enemigo del populismo o la demagogia o el centralismo o la anti-economía, no es el conservadurismo ni la derecha ni el liberalismo. Es la necia realidad.

En México vemos la reaparición de tendencias estatistas, monopolios públicos sin competitividad, control central sin contrapesos, autoritarismo que deja de lado a la sociedad civil y, en especial, al sector privado. Eso no ha funcionado en ningún país y es muy grave que la política pueda estar por encima de la técnica en áreas como la salud y la economía, lo que se extiende ahora a la vacunación con miras electorales y la negación de lo que requiere la crucial reactivación económica.

No basta exaltar al débil o hablar de patria, soberanía, maldad de los empresarios exitosos o justicia e igualdad inaccesibles. Tampoco envolverse en la bandera nacional.

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