Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

La desigualdad está presente todo el tiempo; sólo hace falta abrir los ojos, querer verla. El peso de la historia ha colocado a algunos cuantos y reducidos grupos en la cima, dejando a muchos otros relegados en el olvido y la pobreza. Esta realidad se refleja en todo, hasta en los aspectos más sutiles; la pandemia de COVID-19 no ha sido la excepción.

Hace un año se hablaba mucho de lo desigual que nos afectaba el confinamiento: unos no podían resguardarse, otros veían su corta fuente de ingresos detenerse. Esta crisis no ha dejado de acentuar o traer nuevas injusticias. Hoy las atestiguamos en relación con las vacunas. Mientras algunas regiones y países tienen para regalar, otras naciones menos afortunadas tendrán que conformarse con alcanzar la inmunidad en 2023.

Pensar que esta distribución desigual es un asunto de las gestiones de los gobiernos actuales es tener la memoria muy corta. Por supuesto que este factor no puede soslayarse. Claramente, es en momentos como estos cuando los gobiernos ponen a prueba el músculo y cuando el propio aparato estatal da una muestra de su situación. Como lo vimos ya, no es lo mismo la gestión de un Trump que de un Biden; muchos temas de capacidad y voluntad se ponen en juego. Pero, aunque los jugadores cambien y sus posibilidades mejoren o empeoren en consecuencia, hay un tablero, unas fichas y unas reglas ya dadas con anterioridad que ponen límites a su actuar.

Hay dos formas de ver la desigual distribución que han tenido las vacunas alrededor del mundo. La primera, la ingenua, es creer que los países más beneficiados lo han sido exclusivamente por la pericia de sus mandatarios. No hay duda de que en algunos casos esto es así, pero este cuadro no está completo sin añadirle componentes históricos. La segunda visión intenta incorporar las relaciones geopolíticas del presente y del pasado. ¿Cuáles son los países más beneficiados por los primeros lotes de vacunas? Los que históricamente han llevado la batuta en procesos colonialistas.

El poderío recabado gracias a la explotación de otras naciones se hace manifiesto en todo, en aspectos simbólicos, como la posesión del patrimonio cultural de los vencidos, o en los momentos de emergencia, en los que pueden acaparar las vacunas que a los derrotados de la historia no les da para adquirir. En consecuencia, los más afectados por esta distribución desigual son los que han quedado hasta el fondo en este juego de poder. No estoy diciendo que esto sea una ley, sino que es un factor que sin duda está presente y no puede minimizarse.

La propia Organización Mundial de la Salud ha señalado que los niveles actuales de desigualdad en las vacunas son “grotescos”. Mientras Estados Unidos parece

que podrá celebrar un día de acción de gracias, en noviembre de este año, con toda tranquilidad para sus ciudadanos, en varios puntos de América Latina y el Caribe la inmunidad de rebaño llegará, si acaso, en dos o tres años, según reporta la OPS. Dos o tres años más viviendo con la pandemia. Lo peor será que, en cuanto las grandes naciones alcancen la inmunidad, las medidas sanitarias se empezarán a relajar en todo el mundo, estemos listos o no. Probablemente haya una presión por regresar a la vida normal que colocará a los menos beneficiados en clara desventaja, exponiéndolos a nuevas olas o simplemente dejándolos fuera de la jugada.

Por supuesto que la desigualdad no se da sólo en estos niveles. El tema de clase también está presente, en situaciones más complejas de analizar, pero que es difícil dejar pasar. Recientemente hemos visto el fenómeno de los ciudadanos mexicanos que acuden a vacunarse en lugares de EE.UU. donde no es necesario identificarse para acceder al biológico.

Muchas cosas saltan a la vista, como el hecho de que se hace uso de una medida establecida para beneficiar a los migrantes que no cuentan con documentos. Es decir, se utiliza el privilegio (de tener condiciones para realizar el viaje) para el uso indebido de un programa social en otra nación. Yo sólo me pregunto qué pasaría si fuera una persona morena, de condiciones económicas limitadas, la que se saltara la fila en la vacunación mundial. Y si encima le tomaran una foto o video, se lo acabarían en redes. Nadie pondría pretextos como “el gran beneficio” que hace esa persona a la inmunidad colectiva; simplemente se le descalificaría desde el pedestal moral.

 

Han sido muy escandalosos los casos de los políticos que en otros países usan su privilegio para vacunarse. Pero aquí, han sobrado los pretextos para recurrir a esta práctica. No cabe duda de que la moral es laxa y tiene múltiples varas que se aplican según a quién haya que medir. El privilegio, como siempre, encuentra el modo.

Eso sí, para lanzar la primera piedra todos estamos puestos. ¿Se sentirá alguien orgulloso de tener menos de sesenta años y haber accedido ya a la vacuna, indebidamente y sin ser personal de la salud, mientras hay personas mayores que todavía no tienen fecha?

Dirían las abuelas: ya no hay vergüenza.

 

 

Manchamanteles

Hablando de privilegios, viene a la mente el reality de Netflix, Made in Mexico. Y es que parte de este sistema de castas se sostiene en la idealización de los de arriba que se les pretende inculcar a los de abajo. Si se idealiza la opulencia, no hay razón para cuestionarla. Clasismo, racismo, desigualdades: todos sostenemos estos fenómenos cuando creemos que son normales y no los cuestionamos. ¿El truco? Hacernos creer que todos podemos llegar arriba, así el problema no es el sistema, sino que yo no esté en la cima. Este tema lo retomaremos pronto.

 

Narciso el obsceno

El narcisismo es un golpe al amor, pues el otro es un espejo cóncavo para el ego.

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