Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Me van a disculpar ustedes, pero no encuentro otro tema de mayor interés y urgencia para cada uno de nosotros. Un mal gobierno que nos lleva a un profundo desfiladero… con la improbabilidad de que el poderoso responsable vaya a enmendar sus principales fallas.

De allí se pueden derivar medidas radicales (de raíz, digamos) y obligadas, sobre todo en caso de que el agresivo líder no aceptara un posible resultado desfavorable en las elecciones del 6 de junio (a 50 días de distancia). Es, digamos, un probable escenario.

¿Tiene todo ello remedio? ¿Acaso hay otras vías? Pues, miren, no se ven ya cambios viables o soluciones alternativas, y así las elecciones en puerta se vuelven incluso más transcendentes y, quizá, definitivas… a menos de que no se acepten sus resultados y la institución electoral, el INE, haya perdido autoridad y credibilidad como consecuencia de los reiterados cuestionamientos del poder político.

Mucho dependerá estos meses de cómo se juzgue al caudillo o cabecilla… Podrá ser como un gobernante eficaz que genere resultados, como un agitador con capacidades de comunicador, como un mero candidato cuasi iluminado que provoca esperanzas muy sencillas para su pueblo, como un gran simulador que se adapta a cualquier cosa, como un ideólogo cuya demagogia confunde a la mayoría, o como un autócrata que concentra el poder para impulsar su proyecto personal.

Hace tiempo se discute sobre si viene a ser más loco que tonto, más taimado que ingenuo, más perverso que bondadoso, más conocedor que ignorante, más corrupto que honesto, y así en una serie de bipolaridades. En efecto, tiene algo de todo pero el saldo final no resulta tan bueno… a no ser que se le tenga una especie de lealtad ciega, una fe sin límites frente a “peores males”.

Igual son muchos los factores que favorecen la popularidad presidencial, principalmente entre sus feligreses en contra del creciente repudio en las redes o en las clases medias y altas. Quitarle el control de la Cámara de Diputados a Morena y su ladino presidente, no será nada fácil y supondrá numerosos aciertos y errores a lo largo de las próximas semanas.

Parece ardua la doble tarea de controlar al desatado mandatario y defender al Instituto Nacional Electoral, sobre todo si no pocos le creen a él aunque se le contabilice un promedio de 80 mentiras (incluidos errores e imprecisiones) en cada conferencia mañanera. Eso sí, se engaña a sí mismo, como suele hacerlo todo gran mitómano o simulador, pero de esta manera la perspectiva se vuelve ciertamente desoladora. Y no resulta fácil entender la realidad no virtual.

Sabemos que a instituciones y personas que no le rinden pleitesía, nunca les hace mayor caso y las descalifica para cualquier efecto. Es así que se equivoca más y, de hecho, descarta la posibilidad de corregir con impactos tan predecibles como funestos para la sociedad.

Un pendejo, se le dice a menudo. O un imbécil, si bien no deja de mostrar su astucia y perversidad con algunos elementos a su favor. Todo tiende a los extremos y, la verdad, no se augura nada bueno en cuanto a avances y estabilidad. Incluso se pueden complicar mucho las cosas… y más vale preverlo.

* LA VACUNACIÓN OFICIAL ACREDITA disparates o incongruencias en medio de una politización electoral de implicaciones tal vez criminales. Al igual que con las graves y frecuentes fallas en el manejo anterior de la pandemia, que han producido 190,000 muertes que se habrían evitado si nuestro país hubiera tenido un desempeño promedio al enfrentar el coronavirus (UCSF/OMS), las fases actuales de inmunización siguen mostrando problemas en el liderazgo gubernamental y la subordinación política de las estrategias, así como en la falta de deliberación y decisiones colectivas.

Espero, oigan, que ahora todo eso se registre en mucho menor medida que en los meses previos, y podrá verse como positivo para un gobierno sin escrúpulos que quiere aferrarse a un poder desmedido y sin contrapesos, aunque igual se le podrá revertir en algún grado. Los intereses partidarios se ponen por encima de lo jurídico y lo económico, pero la salud debería ser la excepción.

 

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