Cuando Narciso llegó al poder

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A Jeannette Gorn, por uno y mil rencuentros  permanentes

 

El narcicismo tiene historicidad, pero no destino.  Narciso navega con libertad de brújula por el TiempoEspacio   y como todo constructo se acomoda a los aires del momento desde Freud hasta nuestros días.

Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de los EE.UU., en 2016, el mundo empezó a notar una tendencia: un cierto tipo de liderazgo estaba teniendo un auge inaudito. Se trataba de un líder no solamente caracterizado por sus ideas llenas de racismo y odio, sino también por su enorme tendencia a considerarse la fuente más confiable con respecto a prácticamente cualquier tema y por el gran aire de endiosamiento con el que prometía reformular la estructura social. Todo ello, por supuesto, sin un fondo firme que lo sostuviera, pero con un enorme potencial carismático capaz de enloquecer a las masas.

El líder estaba enamorado de sí mismo y veía en el espejo la panacea siempre esperada. Rápidamente lograba, además, que los otros le vieran igual. Pero este líder no era un asunto excepcional, sino que parecía ser un reflejo de la pauta que llevábamos ya siguiendo un rato sin notarlo. No sólo surgirían líderes políticos similares, como Bolsonaro en Brasil, sino que también los había a manos llenas en la industria tecnológica. El mundo estaba admirando a CEOs de compañías que poco hacían realmente por el mundo, pero que aún así estaban rediseñando la forma en que nos comunicamos los unos con los otros.

Para Marie-France Hirigoyen, autora de “Los narcisos han tomado el poder”, es verdad que los liderazgos políticos y empresariales a lo largo de la historia no pueden entenderse sin, cuando menos, un dejo de narcisismo. Sin embargo, este rasgo parece haberse ido acentuando con el tiempo, hasta llegar a los trumpismos, los zuckerberismos y los muskismos que vemos hoy. ¿Hay acaso algo en el ambiente alimentando a nuestros narcisos? ¿Se trata de una especie de poder místico y sobrenatural?

Nada de eso. Lo que atestiguamos es un mundo que se pone cada vez más de rodillas frente a los narcisos de siempre. Los niveles de poder que hoy son capaces de alcanzar son inéditos y no tienen comparación con los ostentados por los infantes caprichosos que durante siglos han ocupado los tronos. No es que haya surgido una nueva forma de gobierno, ni entidades más grandes y poderosas que los Estados.

Todo se resume a un asunto comunicativo. Hoy, nuestros narcisos tienen el poder de encender a sus masas con el tronar de un tuit. La web 2.0 no nos habrá traído la democracia prometida, pero sí nos entregó la capacidad de recibir de forma instantánea las posturas, opiniones, y sí, las incitaciones al odio y a la violencia de estos refinados líderes. La inmediatez es un factor que dicta hoy por hoy el proceder de nuestras comunicaciones, no sólo en lo individual, sino también en lo colectivo. Hechos que antes se desenvolvían en horas, días, e incluso meses, suceden hoy frente a nuestras pantallas en unos cuantos segundos.

Pero este cambio comunicativo no se reduce sólo a los aspectos técnicos ni a las frías características de nuestras máquinas. Los narcisos no sólo se benefician de la inmediatez y de la masificación de los procesos, sino también de las grandes mutaciones que ha sufrido nuestra forma de diseminar la información y de entenderla. Tenemos por un lado, la desinformación y, por el otro, la posverdad.

En la era de la desinformación, los narcisos pueden manipular los datos y los contenidos informativos para que estos les favorezcan. Es como si los periódicos (sean digitales o impresos), la televisión y las redes fueran enormes espejos donde pasan las horas mirando su (según ellos) hermoso reflejo. Pero este espejo a veces muestra arrugas y marcas que ellos no quisieran ver, así que se dedican a alterar con constancia su composición para no ver en ellos nunca una sola pata de gallo. Como Narciso, las masas atestiguan también este espejo colosal y se dejan llevar por la falsedad de sus imágenes.

La posverdad es el castillo donde los Narcisos han fincado su imperio. Y es que, ¿qué es mejor que desmentir una por una noticias desfavorecedoras? ¿Qué es mejor que maquillar los datos y luchar por discernir entre la verdad y la mentira? Crear una nueva realidad donde no importe lo que nadie (por muy acreditado que esté, por mucha experiencia que tenga) revele o asegure. Una realidad que ningún argumento sea capaz de desafiar, compartida por Narciso y sus seguidores. Una realidad que descalifique por igual a todos aquellos que sean incapaces de verla y que no necesite sustentos racionales ni científicos para erigirse. Desde ese castillo, el de la posverdad, Narciso truena los dedos y las masas bailan para él.

En efecto, Narcisos han existido siempre y continuarán haciéndolo. Pero el poder que hoy ponemos en sus manos es más irracional incluso que las ideas disparatadas que ellos sostienen. Sera acaso que existe el poder sin narcisismo

 

Manchamanteles

Ya lo decía la OMS y ahora incluso la propia ONU: la forma en que las vacunas se repartieron en el mundo representa un fracaso ético para la humanidad. Buscar el bien individual y dejar a “los otros” rascarse con sus propias uñas parece ser el impulso que la pandemia necesita para seguir causando estragos en todo el planeta un rato más.

 

Narciso el Obsceno

La culpa no es de Narciso, sino de quienes le ofrecen la misma mirada embelesada con la que él admira al espejo.

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