Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Casi siempre trato de empezar o bosquejar mi artículo del sábado a partir del lunes anterior, con la idea de no andar muy apurado ya cerca de la fecha de envío al periódico y los portales en línea. Esta semana no fue así por cierto desánimo ante noticias poco estimulantes, más que por flojera.

Sin embargo, amable lector, lectora, la ventaja de retrasar el inicio es que tienes a la mano nuevas más nuevas y hasta análisis comenzados por otros. Todo ello te puede facilitar los temas o su desarrollo, para tratar de cerrar a tiempo y sin tropezarse. Arranco ahora.

Este año ya procuro no personalizar demasiado las cosas en un presidente que, de tan presente y cuestionado en los medios y las redes sociales, se vuelve una noticia dominante con el riesgo de convertirse en una obsesión del analista o escribano. Batallo, así, para no igualarme ante su respetable investidura, pero el personajazo tan centralizador tampoco ayuda mucho.

Al peculiar “informe” del 1 de diciembre, cuando el gobierno cumplió 36 meses y le quedan 34, no quiero añadir críticas sino partir de una cita de Arturo Pérez Reverte: “La urna no sirve de nada si el que vota es un analfabeto”. Esto de ninguna manera significa que un ignorante no debe votar (¿quién lo calificaría como tal?), y antes bien nos sugiere que si es ignorante, deje de serlo por razones vitales.

En las redes, lo anterior me llevó a decir que “la educación sí es muy importante para oponerse a los demagogos que son tan hábiles y mentirosos”. Menospreciada ahora por el gobierno federal (regreso al dominio sindical, rechazo de la calidad en favor de la cantidad, desprecio de la evaluación para mejorar), requiere ya una mayor atención de la sociedad y, en especial, de la inversión privada.

Miren, eso implica que si en el sector público la salud o la electricidad o la educación son tan malas (peores que en el privado de origen nacional o extranjero), hay que considerar un incremento de la participación privada en áreas de tal relevancia, aunque no le guste a un audaz paladín anti-neoliberal. Lo contrario, ojo, sería poner en mayor riesgo nuestro futuro.

Que compitan entre sí los dos sectores en sus respectivos mercados con ayuda de reguladores independientes, para que predominen las inversiones con la mejor relación costo-beneficio social a cierto plazo. Así, de hecho, la soberanía del Estado y del País se podrá ver mejor servida por la solidez del éxito, que por esquemas muy ideológicos y confusos.

Sobre la demagogia propia de un populismo estatista y nacionalista, me viene a la mente Quevedo: “Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Y, ante la popularidad de un líder populista, recordemos a Platón: “Nadie es más odiado que el que dice la verdad” … por contra, el embaucador es más amado que nosotros los críticos.

Las burlas y críticas clasistas o pretenciosas sólo dan más popularidad a AMLO, a la vez que no resulta tan tonto como dicen (o él se hace, cuando le conviene). Es un hombre sumamente taimado y sus estrategias, al igual que su retórica y su comunicación, vienen a ser habilidosas y efectivas… con una mayor popularidad también por la repartición de dinero y la polarización contra ricos.

Claro, si no hay autocrítica al interior de su gobierno, lo mejor para él y su 4T serían las críticas pertinentes de la izquierda. Otros tejemanejes incluso pueden fortalecerlo.

* RESULTA MUY TRISTE QUE tanto mi Alma Máter en Economía, la UNAM, como la institución de educación superior en la que fui profesor e investigador varios años desde su fundación, el CIDE, se vean hoy asediados por la ignorancia y el fanatismo de unos cuantos en el poder público. Nuestra Universidad Nacional se defiende por sí misma, pero el Centro de Investigación y Docencia Económicas necesita el apoyo de quienes podamos estar a favor de la inteligencia y el progreso.

* EN SAN LUIS POTOSÍ, estado y capital, son diferentes los partidos e inclinaciones del gobierno de la entidad y el municipal. Podrán competir y ser comparados para que se vean obligados a volverse mejores o menos malos, no para que se encele y enoje el que, en lugar de resultados, acaso consiga una popularidad efímera o frágil a partir de populismos.

Habrá que observar cuidadosamente a fin de que no se tiendan a equiparar con respecto al más malo de ellos, sino que el mejor pueda acicatear y jalar al peorcito. Así, pues, todos ganaremos… incluso ambos gobiernos si entienden bien esto. Vamos a estar atentos.

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