Muñoz Ledo y los presos cubanos

Por. Rubén Cortés

A sus 88 años, Porfirio Muñoz Ledo grilla con pasión por ser embajador en Cuba, donde hay 712 presos políticos, la mayoría jóvenes y menores de edad. Se entiende esa pasión por la dictadura en quien justificó la represión de jóvenes en Tlatelolco.

Porque la justificación del gobierno cubano para condenar hoy a 30 años a sus presos políticos por exigir libertades, es la misma con la que Díaz Ordaz justificó la represión de Tlatelolco en 1968: “De no reprimir, el país habría caído en la anarquía”.

Explicó Muñoz Ledo, un año después de Tlatelolco:

“Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en la Ciudad de México y que tan severamente inquietaron a la opinión pública no dejaron como saldo el más mínimo incremento del poder o de influencia a favor de quienes se oponen a la transformación social y a la autonomía del país”.

Muñoz Ledo, el político que decía lo anterior a los 36 años, sigue siendo el mismo a los 88, al pretender la embajada de Cuba, donde, en estos momentos, se hacen los juicios más numerosos y abusivos desde los fusilamientos sumarios y masivos de hace seis décadas.

A ese país, que condena a niños de 15 años a 20 años de cárcel por gritar “Patria y Vida”, quiere irse de embajador Muñoz Ledo, quien se autodefine como un político “de izquierda, muy moderado, ciudadano libre, republicano y demócrata”.

Menudo favor le hace entonces Muñoz Ledo a sus convicciones de “ciudadano libre y demócrata” cabildeando, como lo está haciendo, la designación como embajador ante un gobierno que no tiene ciudadanos libres, ni tiene democracia.

La ONG Prisoners Defenders divide a los encarcelados hoy en Cuba como Convictos de Conciencia, Condenados de Conciencia y Otros Presos Políticos, pero todos están presos por “ejercer sus más fundamentales derechos humanos y su libre pensamiento”.

Que era, básicamente, lo que pedían los jóvenes reprimidos en México en la plaza de Tlatelolco en 1968. Y también durante el Halconazo de 1971, año en que Muñoz Ledo era dirigente nacional del partido en el gobierno que, en los hechos, era único.

Sería enaltecedor que Muñoz Ledo quisiera irse de embajador en Cuba para convertirse en una voz condenatoria de la represión y la nulidad de libertades en la isla. Sin embargo, es en lo menos que piensa, pues lo que desea es irse a descansar.

Así lo dijo en una entrevista muy divulgada la semana pasada: “Yo lo acepté porque estaría ganando mucho mi salud y porque lo mismo puedo pensar aquí que allá. Insisto que acepté no porque quiera volver al redil”.

Como canta Silvio Rodríguez:

“Que fácil de enmascarar sale la oportunidad”.

 

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