Atenidos a que alguien nos salve (II)

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

Latinoamérica una gran región con enormes potencialidades y abundancia de recursos, como todo en la vida, tiene carencias, algunas de las cuales, los sistemas políticos, es decir, los sistemas de mando, no han podido solventar de modo práctico, porque lejos de plantearse objetivos concretos en el horizonte, de modo prioritario, entendiendo las limitaciones y las posibilidades reales, se busca remediar lo irremediable: repetir el pasado para intentar no volver a los yerros que según las élites del momento se cometieron.

Los jefes latinoamericanos no manejan meridianamente un rumbo de certezas. las respuestas de sus liderazgos generalmente se han enfocado a buscar culpables del pasado que suponen es singularmente adverso. Y por ello han desplegado un discurso repleto de lamentaciones que ha recreado fortalezas mentales en el colectivo, aferrados a conseguir venganzas históricas, de clase, raciales, intelectuales o de la índole que sea, pero que justifiquen las incapacidades de encontrar un rumbo perdido.

Todos los que llegan al poder buscan afanosamente explicar la tragedia que les parece insalvable. Ninguno tiene prioridades, para los políticos de la región quedar bien con la masa -aunque esté estancada- es su única prioridad. Por eso la abaratan con minisalarios que se pagan como apoyos dizque sociales, el apoyo electoral en plazos.

Como es un cautiverio, tienen que adoctrinar a la gente para que aspire a no tener aspiraciones.

De ese modo el resentimiento social se vuelve el leit motiv, es decir el motivo central integrador de la sociedad latinoamericana. Mantener como norma mental el odio a los demás, y como modo de acción legitimador el desquite a todo lo que pueda parecer que no está infectado por la revancha.

Por eso las masas encuentran en la amargura social su razón de existir. Les han domesticado los propagadores del fracaso, para que la vida agria sea una constante ineludible, que la lucha por culpar a otros de lo que les sucede, es la única forma válida del hombre en la tierra, y se tienen que enlistar para respirar enconos y mantener las comisuras de los labios impertérritos a la sonrisa, a menos que sea la mofa de los escarnecedores oficiales los que la provoquen.

A falta de objetivos constructivos colectivos, el vacío se llena de odios y espumarajos.

Obviamente, ese camino lleno de cardos y desprovisto de la satisfacción de una vida plena que podría transitar sin tantos auto tropiezos, lleva a las masas a los grandes escapes mentales: las adicciones, como forma recurrente de huir de un futuro que no existe, porque el discurso político de los amargados insiste en regresarlos a un tiempo que ya tampoco existe, a un pasado que no se puede modificar y cada vez que lo intentan, ratifican con sus yerros repetitivos, que se la pasan patinando en la historia sin acertar ubicarse en un presente que tampoco pueden comprender. Esa es la verdadera tragedia.

Por eso libros como Los Condenados de la Tierra, de Franz Fanon, o ese de las Venas Abiertas de América Latina, tiene mucha influencia en la deformación política de los dirigentes de la región. Son odas a encumbrar el resentimiento contra todo, porque nada escapa de sus consideraciones derrotistas, son el antídoto a una vida constructiva.

Con tales catecismos embrutecedores que argumentan una visión errada de la concientización, han abrevado los intelectuales políticos que, en los reiterados fracasos, se alegran de ir por el sendero según ellos correcto, ese que demuestre la miseria irremediable del hombre y su proclividad a ser objeto de las tiranías tan propias de Latinoamérica, un síndrome de Estocolmo, a lo grande.

Aman a sus escarnecedores. ¡Faltaba más! Por eso los jefes con penacho, dicen hay que aprovechar la ruina, para pronunciar las contradicciones, se solazan en el desmoronamiento de la vida civilizada.

¿Y qué pasa con los que no creen que el fin del hombre es deleitarse en la destrucción del otro?

Esperan ser salvados por la potencia.

No entienden que la potencia es la que apuntala no solo el discurso equivocado, el de los llantos sin fin, sino es la que afianza a los gobiernos que promueven el regreso al pasado, porque es un saludable retroceso para que la competencia no se acerque estratégicamente.

Mi querido lector en solamente cuatro años, los daños a la vida institucional, serán irreparables y equivalentes a un regreso inútil de más de cuarenta años, en términos de números concretos y calidad de vida.

Desde la violencia revolucionaria aparentemente justificada por su apellido de lucha política, hace casi 100 años, no había habido una sarracina de violencia tan grande en México, como en estos cuatro años; en los que la vida institucional quedó destazada. Así de claro, números del dolor, muertos y desaparecidos, es decir, muertos no oficiales.

Y la prueba: ¿Dónde ha estado el gobierno?

Es el gran ausente, explícitamente no tiene voluntad de hacer lo único que prioritariamente les corresponde, es consciente de no involucrarse con la justicia. Ni siquiera simula combatir el desorden y la violencia.

La lección es muy dura, y nadie va a salvar a México, como nadie ha salvado a Latinoamérica de las fantasías irrealizables que llevan inexorablemente a las masas a un cadalso histórico, engañosamente disfrazado como una austeridad forzada, que nos es otra cosa que la degradación colectiva que meticulosamente construyen las tiranías dicharacheras.

La palabra y la acción las tienen los ciudadanos, los pocos o muchos que así se consideren.

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