El presidente y su Che Guevara

Rubén Cortés.

 Al agradecerles la aprobación del Plan B para destazar al INE, el presidente dijo a sus legisladores que admira al Che Guevara, un desquiciado que, sólo durante el año 1957, fusiló a 46 hombres. Admira a un asesino a sangre fría.

 El presidente, que se declara “humanista”, dijo admirar a quien justificó sus crímenes como “el penoso deber de pacificar y moralizar, porque no se puede permitir ni el asomo de una traición” (Pasajes de la Guerra Revolucionaria, 1963).

 Sí, el presidente debe estar confundido al admirar a un asesino confeso como el Che, siendo que él mismo exige respetar la vida de los criminales del narcotráfico que, sólo en sus primeros cuatro años de mandado, han matado a 145 mil mexicanos:  

 “Cómo vamos a querer que alguien pierda la vida, cómo vamos a estar en el fondo a favor de la ley del Talión, del que a hierro mata a hierro muere, y el ojo por ojo, lo decía Tolstoi nos vamos a quedar chimuelos todos o tuertos o ciegos”.

 Sin embargo, explica su adoración a un criminal: “Soy idealista, admiro a los que ejercen el poder. Es el caso del Che. Y, si ser humanista es ser comunista, que me apunten en la lista”. Aquí, tiene solo dos sopas, eh: o dice la verdad, o francamente está confundido.

 Si está confundido, debe leer entonces Pasajes de la Guerra Revolucionaria, donde el Che cuenta cuando mató a Echeverría, un compañero de filas, en la guerrilla comunista de Fidel Castro y que describe como “todavía era un muchacho”.

 El Che escribe: “Su caso fue patético pues, reconociendo sus faltas, no quería, sin embargo, morir fusilado; clamaba porque le permitieran morir en combate, juraba que buscaría la muerte de esa forma pero que no quería deshonrar a su familia”.

 A otro que fusiló fue a un joven apodado “El Maestro”, que había sido su única compañía cuando vagaba, con asma y solitario por la sierra. También mató al guerrillero Arístidio, porque vendió su revólver “por algunos pesos”.

 En Pasajes de la guerra revolucionaria, el Che muestra dudas sobre el fusilamiento de Arístidio, y “si era realmente tan culpable como para merecer la muerte”. Sin embargo, el admirado del presidente enseguida justifica el crimen:

 “Era necesario que se comprendiera la necesidad de hacer de la Revolución un hecho puro y no contaminarlo”.

 Ese es el asesino a quien admira el presidente, un asesino que dejó escrito “Estoy sediento de sangre. El odio intransigente, que impulsa más allá de las limitaciones naturales humanas y nos convierte en una violenta, selectiva y fría máquina de matar”.

 Sí, hombre, un “humanista”, un “cristiano”, como es nuestro mandatario…

 No puede admirar sinceramente a un asesino.

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