¡No a la “aleuxecracia”!

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Ocurrencia tras ocurrencia, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha caricaturizado la vida pública de México, atrapado en atavismos ideológicos, preso de obsesiones, rehén de sus complejos y servil al resentimiento y al revanchismo.

Gobierna sólo para mantener clientelas políticas y así ganar elecciones, pero también para saciar su sed de venganza de viejos y nuevos enemigos propios de un ser mesiánico, que quiere ejercer el poder unipersonalmente en un país cuyos contrapesos -paradójicamente- él mismo ayudó a construir pero que hoy le estorban en su afán autoritario.

Necio por un lado al cancelar el gran proyecto aeroportuario para dar un golpe de poder; acomodaticio por el otro para hacer caravana con el sombrero ajeno de una inversión extranjera multimillonaria en el ocaso de su gobierno. Amante de los añejos símbolos de la soberanía energética, del trapiche campirano y de la sesentera imagen de la hoz y el martillo impulsora de una economía centralista y de una educación doctrinaria. Juez y parte en la lucha contra el implacable crimen, porque culpa al pasado de una responsabilidad presente. Incapaz de articular políticas públicas eficaces de salud pública, cuyo imperfecto pero funcional sistema destruyó con el pretexto de combatir la corrupción. Responsable por omisión de cientos de miles de muertes violentas o por enfermedad. Capitán de un barco a la deriva, con una tripulación dividida, una de cuyas mitades ya salió a manifestarse a la cubierta del navío.

El proyecto obradorista, que no es ni será cuarta transformación, ha desembocado en el peligroso camino del “si no seré yo o mi proyecto, no lo será nadie más”, aunque en ello vaya la destrucción de una incipiente pero ya notoria democracia mexicana. La andanada discursiva y legal contra el Instituto Nacional Electoral es ya un escándalo de proporciones mundiales que llama a señalarlo como tal aquí y allá.

López Obrador se queja de la negociación política porque no quiere negociar sino imponer. Ignora los acuerdos que hicieron posible aquel primer IFE de José Woldenberg, el de la primera alternancia en la presidencia de la República, o el de Luis Carlos Ugalde que fue arbitro en la cerrada elección de 2006, la del inexistente fraude en que se construye falsariamente la biografía política posterior del hoy mandatario federal. Desprecia el tipo de acuerdos que se negocian en cualquier democracia viva y que hicieron árbitro electoral a Lorenzo Córdova, el enemigo favorito del tabasqueño pese a haber organizado y avalado su triunfo electoral en 2018.

Hoy, el inquilino de Palacio Nacional desprecia esos acuerdos porque lo que quiere es un INE dócil al poder vigente, abyecto ante la autoridad federal y convenientemente aliado para no correr riesgos electorales. AMLO tiene pavor de perder así como ganó, y prefiere por ello la ignominia de un organismo a modo y de una mascarada comicial, como sus consultas a mano alzada o sus referéndums patito que no han servido para nada.

Andrés Manuel López Obrador quiere de presidente del Instituto Nacional Electoral a alguien como Rosario Piedra Ibarra, la “lady Molécula” de los organismos dizque autónomos. No importa si en ese despropósito histórico se lleve de corbata a un poder constitucional que también quiere de su lado, el judicial. Anhela un tribunal constitucional sin jueces pero con lacayos, como el AIFA sin aviones pero con baños temáticos; busca una democracia de relumbrón, barata y chafa; sueña con ganar por aclamación y no con votos bien contados.

Ya tenemos una “economía trapiche” que reporta un crecimiento negativo en 4 años y medio, aunque los apologistas de Palacio se ufanen de una moneda mexicana cara, de una deuda creciente y más costosa, o de que el principal ingreso nacional sean las remesas. Recibimos la inversión de Tesla pero quieren que la estrella del show sea el macuspano, cuyos lambiscones presumen algo que no entienden, porque si así fuera el caso se convertirían en partidarios del neoliberalismo que tanto desprecian.

El aluxe que se asomó a contemplar la destrucción de su selva maya representa mucho más que una broma de mal gusto. El sentido místico que alega López Obrador es el eufemismo del sinsentido y de la locura de quien vive fuera de la realidad.

Por eso, son tiempos de la Corte. Seguirán los del voto libre. Pero mientras tanto, ¡no a la aluxecracia!

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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