El valor de las palabras

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Crítico certero de la mal llamada Cuarta Transformación, Fernando García Ramírez nos alerta sobre la mentira convertida en instrumento político que, como nunca, ha sido usada una y otra vez impunemente por el presidente de la República. “Las palabras deben volver a importar”, sentencia García Ramírez en un brillante texto publicado por Letras Libres.

Vaya que tiene razón. No hay promesa cumplida, consecuencia obvia ni disculpa alguna al mentir. Al contrario, si bien México ha sido históricamente terreno fértil para el engaño, el cochupo, el embuste para darle vuelta a la ley, hoy la triste característica de la transa mexicana vive su momento estelar. Y claro que no pasará nada si quien miente es proclive al régimen.

El mundo paralelo de la locura obradorista hizo que el “denme por muerto” del pejecandidato evolucionara al “no me voy a meter en la elección” del presidente, quien además hace un llamado a violar la ley. Y de pronto las campañas se convirtieron en “recorridos”, los actos proselitistas en “asambleas informativas”, los precandidatos en “corcholatas”, el anhelado puesto de candidato o candidata en “coordinador o coordinadora de los comités de defensa de la 4T”, la propaganda en “información”, los propagandistas en “siervos de la nación”, los periodistas en “mensajeros del viejo régimen”.

En el surrealismo de estos días aciagos, la fuerza del Estado ejercida contra opositores pasó de ser represión a “legítima defensa”; el SAT y la Unidad de Inteligencia Financiera dejaron de ser persecutores y ahora son baluartes de una supuesta legitimidad y pureza gubernamental; los militares no son más guardianes de la soberanía nacional, porque ahora asumen funciones ejecutivas y ejecutoras; se acusa a los intelectuales y técnicos de conspirar y los rabiosos radicales definen lineamientos educativos y quieren dictar cómo hacer ciencia; las feministas de antes son hoy simples revoltosas, como golpistas aquellos infantes enfermos de cáncer.

La construcción de nuevas verdades por imponer justifica todo, incluso ostensibles contradicciones: el presidente puede afirmar sin rubor en una misma frase que al revisar los libros de texto no vio errores, pero que si los hay estos son “poquitos” y, sobre todo, “son menos que los de antes”. Su adelantada discípula y corcholata favorita, no tendrá empacho en afirmar que quienes acuden a sus eventos lo hacen por cuenta iniciativa propia, no importan las imágenes aéreas de cientos de autobuses estacionados en las cercanías de su último mitin. Las autoridades contarán cientos de miles en concentraciones morenistas, y unos cientos, acaso, en las marchas ciudadanas.

Epigmenio Ibarra, el mentiroso mayor del oficialismo, se atreve a decir que si su jefe ataca a un periodista crítico es porque éste “se lo buscó”. Los moneros del régimen llaman con sus falsos trazos al linchamiento de los personajes incómodos para el régimen. Los lambiscones mañaneros señalan a sus propios compañeros con el dedo flamígero que representa la única verdad absoluta: la del líder embustero.

Por ahora, la única arma contra la mentira oficial es el voto. Ya luego buscaremos restaurar el valor de las palabras y las consecuencias a quienes las quieran devaluar.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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