El dedazo se hizo bastonazo

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Al consumarse la primera alternancia política democrática del siglo XX en la presidencia de la República, Vicente Fox lastimó la laicidad del Estado mexicano con las imágenes de una cruz y de la Virgen de Guadalupe que lo acompañaron poco después de protestar como mandatario. Dieciocho años después, Andrés Manuel López Obrador apeló también a un símbolo no institucional al recibir, eso sí con la Banda Presidencial en el pecho, un bastón de mando que supuestamente le otorgaba el poder por parte de los pueblos indígenas originarios de nuestra Nación.

Ambas escenas son propias de personajes que siempre privilegiaron las ocurrencias, la popularidad y las clientelas políticas por encima de su papel como estadistas, que por cierto ambos nunca consolidaron.

Ahora, al iniciar el ocaso de su gobierno, López Obrador encontró en el mismo símbolo usado hace un lustro, el camino para disfrazar lo que niega febrilmente: la imposición de quien desea lo suceda en el cargo. Sí, como lo hicieron durante décadas los presidentes priístas cuya decisión principal fue siempre la de escoger a su sucesor, algunos con la intención siempre malograda de perpetuar su poder y otros simplemente cumpliendo -algunas veces de mala gana- la regla no escrita de lo que Mario Vargas Llosa describió como “la dictadura perfecta”: la de un partido y no de una persona.

Eso cambió con el siglo mismo. Ernesto Zedillo entendió que todo había terminado; los dos primeros panistas en acceder a la Silla del Águila ni siquiera pudieron encumbrar a quienes ellos querían, y el hijo pródigo priísta Enrique Peña Nieto terminó negociando anticipadamente con el poderoso opositor que hoy nos malgobierna.

La unción de Claudia Sheinbaum como lo que eufemísticamente llaman “Coordinadora de la Defensa de la (mal llamada) Cuarta Transformación”, es la culminación de una mascarada que costó años de desgaste político y muchos miles de millones de pesos. La decisión estaba tomada desde un principio y lo que se hizo en Palacio Nacional fue imponerla aún violando la ley que ellos mismos promovieron cuando eran las víctimas de la aviesa práctica del uso de recursos públicos y políticos del poder para combatir a los opositores del régimen en curso.

El presidente de la República seguirá haciendo todo lo que esté de su parte, legal o no, para entregarle en un año la Banda Presidencial a su pupila. Pero mientras tanto había que darle algo que ocultara la farsa pero que al mismo tiempo dejara claro quién la impuso y quién está y estará detrás de ella. Esa ridícula pieza de madera es la obsequiosa muerta del verdadero propósito de continuidad y permanencia, que desprecia de antemano la voluntad de los votantes. ¿Por qué?

López Obrador siempre quiso entender que 30 millones de votos le dieron un cheque en blanco, y olvidó que México tiene 4 veces más que eso en población total. Cegado por su narcisismo y vanidad, se atreve a reconocer que con la entrega del dichoso bastón ahora podrá dedicarse a gobernar y Claudia a hacer grilla y campaña partidista. Vaya manera de reconocer que no lo hizo durante su mandato constitucional, o que si así fue, las decisiones las tomó no como presidente de todos los mexicanos, sino de quienes están a su favor y al de su “movimiento”. Más aún, el proyecto de presupuesto 2024 indica claramente que la campaña seguirá hasta el fin del periodo.

El eterno candidato, pues, nunca dejó de serlo, incluso a costa de la ley y de su protesta de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Hoy, le demandamos que no lo hizo, como sí realizó lo que no estaba permitido antes del 7 de septiembre de 2023, cuando paradójicamente empiezó formalmente un proceso electoral que permitirá lo que estuvo prohibido los últimos 5 años, pero que se hizo en forma recurrente.

No fue dedazo, fue bastonazo.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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