El rebrote de la pandemia política

Alejandro Zapata.

La pregunta más recurrente dirigida hacia los actores de la cuarta transformación es ¿hacia dónde vamos?, al advertir decisiones sin un rumbo claro, más bien producto de improvisación, ocurrencia o capricho, no obstante existe una manifiesta intención de concentrar el poder, por ello me causó extrañeza a leer una entrevista practicada al coordinador de Morena en la Cámara de Senadores, quien señala enfáticamente que esas determinaciones se encuentran ubicadas en los fundamentos de la social democracia.

Sobre el particular aspecto encuentro una evidente contradicción entre los hechos y los dichos, lo cuál torna su postura como incongruente. En principio en abono a la visión sostenida con relación a un necesario cambio en el país es un aspecto que desde hace décadas se comparte, el modelo neoliberal en la región ha provocado fuertes brechas sociales creando injustas desigualdades, que deben atenderse.

Por otra parte, el desmantelamiento del Estado tal como se está haciendo con el ánimo de socavar las de por si frágiles instituciones, en aras de un manejo discrecional y autoritario a la par de una tendencia estatista, aunado a un recurrente mensaje de odio, rencor y propiciando lucha de clases, no me parecen esas actitudes dentro de los conceptos de la social democracia, más bien se ubican en el extremo radical del nacionalismo revolucionario fascista, de aroma rancio que pertenece a un relato del pasado y que ahora nos quieren imponer en el discurso oficial: “estás conmigo o contra mí”.

Mientras que la social democracia se sostiene en los derechos y libertades, en las reglas establecidas constitucionalmente y en la ley, observando a la Nación como una comunidad plural de ciudadanos, heterogénea en todos los sentidos, incluyendo lo ideológico. En sus practicas reformistas sostiene el fortalecimiento de la democracia deliberativa y participativa, sostenida por procesos electorales competitivos y el pluralismo político.

En ese contexto, se puede afirmar que los criterios de exclusión social y la lógica política de hacer a un lado las instituciones los aleja de los modelos social demócratas, sin que existan mecanismos de control, por lo tanto, sin reglas para evitar excesos, que cotidianamente se presentan.

Dentro de este lamento, tampoco se observa un camino en términos democráticos que vaya encaminado a un estado de bienestar, que construya cimientos de otra variante alterna al neoliberalismo, una economía de mercado con responsabilidad social, democracia representativa y acciones para reducir los márgenes de desigualdad.

Simplemente se han acercado a un esquema populista, manipulador y clientelar, ofreciendo como salida de las crisis la austeridad, reducción del déficit fiscal y honestidad, sin siquiera haber cumplido con ello, cuando debieron invertir en infraestructura, investigación, ciencia y tecnología, sanidad y educación.

En ese sentido, sigo pensando en otro sexenio perdido, coincido con la predicción del maestro Roger Bartra y conste que es de hace unos años, pero sigue vigente: “Yo considero que se van a necesitar otros 30 años, a partir del inicio de la transición (2000), para que realmente se consolide una nueva cultura cívica democrática que erradique completamente las viejas formas de hacer política.”

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