Perder la capacidad de asombro

Patricia Betaza.

@patybetaza

El relato es breve pero contundente. Beatriz relata que las burlas e insultos por parte de su pareja eran de todos los días. Cuando quería apartarse de él, aparecían las súplicas y hasta el llanto. Así llegó el embarazo no planeado. A pesar de todo, hubo alegría y júbilo por la noticia. Ella algo angustiada, pensó que cambiaría la relación. Al quinto mes de gestación, después de una discusión y gritos, llegó el empujón y no pasó nada por fortuna. Así nació la niña para alegría de los dos. Pero con los meses, nuevamente los insultos y gritos. Cuando la niña creció, lloraba cada vez que oía a sus padres discutir. Del llanto pasó a los gritos. Como a los cuatro años de edad, desesperada se interponía entre los dos padres. Las cosas seguían igual. Al poco tiempo, como la situación no cambiaba, dejó de llorar, dejó de gritar, dejó de querer poner orden. Simplemente la niñita comenzó a cerrar la puerta de su cuarto y a poner la tele a todo volumen. Del llanto y el miedo, pasó a la costumbre. Ya hasta llegaba a dormirse mientras sus padres nunca terminaban de insultarse.

Por fortuna esta situación cambió cuando los padres por fin se separaron para alivio de la niña. Pero el relato es un ejemplo terrible de cómo llegamos a normalizar las peores cosas. Tal vez es un mecanismo de sobrevivencia. O simplemente pensar que no hay nada qué hacer ante el horror… mas que continuar nuestro tránsito por la vida.

Perder la capacidad de asombro es algo que sucede mucho en el seno familiar, pero también en la sociedad. Desde que comenzó la terrible guerra contra el narcotráfico, los muertos, las balaceras y las narcofosas son pan nuestro de todos los días. No pasan horas en las que tal vez como reporteros–no nos queda de otra, es nuestra chamba- sin que nos enteremos de un hecho relacionado con la violencia. No sé si les pasa, pero ya es poco común que en pláticas de amigos –no periodistas- nadie toque la masacre más reciente o el hallazgo de una pila de cadáveres. Es algo tan común que ya a nadie sorprende. El hecho tal vez sea tendencia por unas horas y luego todo al olvido.

Así ha pasado ahora con las muertes relacionadas con el COVID-19. Cuando se informaban de los primeros 10 fallecidos, la gente comenzó a preocuparse y asombrarse. De ahí pasamos a los 50, luego a los 100… A los mil y cuando cruzamos la barrera de los 20 mil ya parece que nadie se asombra. Empezando por las autoridades que ya es como rutinario simplemente actualizar el número de muertos. Nada más hay que ver las tendencias en el Twitter para observar cuáles son los temas que enardecen a las legiones… Asombran la banalidad y la falta de empatía hacia una tragedia terrible que se está viviendo.

Última cifra: 180 mil 545 casos confirmados acumulados de COVID-19 y 21 mil 825 fallecimientos acumulados, mil 44 muertes más reportadas en las últimas 24 horas. Por favor, no perdamos la capacidad de asombro. No nos acostumbremos a la frialdad del recuento diario de muertos y enfermos. México vive una tragedia sanitaria sin precedentes. Hay que cerrarle al puerta, pero al bicho.

 

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