Derechos de las mujeres: una lucha de siglos

Boris Berenzon Gorn.

“Mujer, ¡despierta! La campana que toca la razón resuena por todo el universo;

¡conoce tus derechos!”

Olympe de Gouges

 A Leyla, un presente con pasado

Montserrat Boix (Barcelona, 1960), destacada periodista, creadora de conceptos como ciberfeminismo social  o hacktivismo feminista señala con toda certeza y claridad que “la historia de las mujeres todavía es una asignatura pendiente” a pesar de los grandes giros que han hecho las teorías sociales en las últimas ocho décadas, y añade que “releer la historia en clave femenina no significa sólo rescatar el protagonismo de las mujeres en el pasado sino presentar instrumentos para repensar la dinámica histórica en su conjunto”. Ella sugiere que la ceguera espacio-temporal que han padecido las mujeres, alejadas de la “historia oficial”, ha evitado, entre muchas otras cosas, la construcción de una sociedad más democrática y justa.

La lucha de las mujeres por sus derechos no acaba de empezar. Su resistencia organizada ha estado presente durante décadas. Distintos brotes de rebelión frente a lo injusto las han levantado aquí y allá a lo largo de la historia. ¿Que hoy tienen una visibilidad excepcional? Eso es cierto. Y no se debe solo a los medios de comunicación ni a los esfuerzos que algunos gobiernos pueden o no haber puesto en marcha; se debe a la fortaleza de su lucha, una lucha cuyos vestigios pueden encontrarse en múltiples etapas del desarrollo de la humanidad. Como prueba tenemos la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, un documento revolucionario que abogaba por la igualdad desde el siglo XVIII.

Durante los últimos meses, la Ciudad de México ha atestiguado distintas manifestaciones donde las mujeres de la entidad demandan respeto y seguridad. Estas protestas no han nacido de la nada, son parte de una lucha histórica y, sí, también responden a la coyuntura, pero no precisamente a la coyuntura partidista. La coyuntura ante la cual reaccionan es la grave situación de violencia de género en la que está sumido el país, porque hay una violencia que está ejerciéndose específicamente en contra de niñas, adolescentes y adultas. No se trata de “toda la violencia”; hay una violencia cuyas expresiones afectan a las mujeres como no nos afectan a los hombres. Negar ese hecho es falta de la mínima empatía.

A lo largo de la historia, las estrategias de las mujeres para lograr visibilidad y para poner en la agenda pública sus demandas han sido diversas. En ocasiones, la mejor ruta ha sido la institucional, cuando los espacios lo han permitido y cuando el diálogo ha sido posible. Esto, sin embargo, no siempre ocurre porque la realidad es que los Estados han prestado oídos sordos a las mujeres en más de una ocasión, y también los hombres hemos permanecido impávidos.

La lucha por la igualdad necesita un fundamento filosófico y científico, un fundamento que han construido distintas escritoras, académicas, científicas y pensadoras de varios rincones del mundo. Fue en 1791 cuando la escritora francesa Olympe de Gouges (1748-1793) dio a conocer la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. El título no resuena por casualidad: es una clara respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada dos años antes.

Es cierto que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano significó un parteaguas para el desarrollo de la humanidad. Su contenido era tan revolucionario que declaraba que todos los hombres “nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. En ella se reivindicaban la libertad, la seguridad y la resistencia a la opresión. Esta Declaración significó un cambio de paradigma, un parteaguas para occidente, un nuevo modo de pensar y conceptualizar al individuo. Solo olvidó tomar en cuenta un pequeñísimo detalle: incluir a la mitad de la población.

Y es que no importa qué tan neutral pregonemos que es la expresión “el hombre”, lo cierto es que en términos prácticos, jurídicos y de reconocimiento del Estado, las mujeres no estaban incluidas en esa expresión. A lo largo de la historia han existido distintas leyes que reconocen los derechos de todos los ciudadanos. ¿Entonces, por qué la igualdad y los derechos humanos parecen tan nuevos? Porque la definición de ciudadano ha cambiado con el tiempo. Y, ciertamente, también ha mutado a conveniencia y se ha adaptado a las opresiones de la época. Hubo momentos en que los esclavos no eran ciudadanos; hay lugares donde el color de piel excluye de la ciudadanía, y en más de una etapa de la historia las mujeres no han sido incluidas en este concepto.

Por eso Olympe de Gouges creó una Declaración para reivindicar los derechos de las mujeres. Para tratarse del siglo XVIII, su contenido es —simplemente— revolucionario. Pero lo más sorprendente es que hoy, en el nuevo milenio, esta Declaración aún no se cumple a cabalidad. En ella se declaraba algo que hoy está ampliamente reconocido por Constituciones y Tratados: “La mujer nace, permanece y muere libre al igual que el hombre en derechos”. Más de 200 años después, las mujeres siguen luchando para que esto sea una realidad sustantiva.

David Harvey, por su parte, enfatiza en su texto La construcción social del espacio y del tiempo: una teoría relacional que “el espacio y el tiempo están frecuentemente afectados por la diferencia de género de diferentes formas. Ello varía desde el reino del mito, donde encontramos la idea expresada en el ‘Tiempo del Padre’ desenvolviendo las actividades en relación con la ‘Madre Tierra’, generalmente descritas como activos principios masculinos que operan sobre un principio pasivo femenino”.

En su epílogo, de Gouges decía a sus pares que “el hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera”. Hoy, a 200 años, esta Declaración no pierde validez. La lucha de las mujeres no es nueva; lo que sí debería renovarse es la forma como los hombres y los Estados respondemos ante ella. Hay que apelar a la empatía, al espíritu de la Declaración de Olympe de Gouges.

Manchamanteles

El amor es un juego de intercambios y poderes que encierran las más profundas emociones humanas. En tiempos de la reivindicación de lo femenino, la revista Vagabunda Mx recupera de la memoria a las trobairitz, las mujeres trovadoras que en el siglo XIII fueron las primeras compositoras de música secular occidental. Estas mujeres, pertenecientes a la esfera provenzal, permanecen casi en el olvido, a pesar de haber tenido presencia en el sur de Francia, norte de Italia, España, Cataluña y Navarra. Sus cantos están llenos de palabras de amor, magia, sentimientos, vida cotidiana, y son la voz viva de la armoniosa feminidad que atraviesa la historia. Si quieres deleitarte con sus creaciones, te recomiendo el artículo completo “Las trobairitz: las olvidadas mujeres trovadoras que cantaban al amor libre”.

Narciso el obsceno

El narcisista no se queda inmóvil, no soporta la ecuanimidad del ser y la estabilidad, sino que se sueña inatrapable y huye (o lo cree) de todos y de sí mismo, pero no del espejo que lo persigue. El narcisista es frágil a la crítica. Lo que los otros consideren de él hace que se conciba lesionado, y expone su debilidad y agresividad.  Entonces corre por la vida de los otros.

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