La trilogía de la desgracia: ser mujer, pobre e indígena

Marissa Rivera.

La señora está de rodillas, dándole la espalda a un hombre en el pasillo de la sala de urgencias del Hospital General los Reyes de Michoacán. Debajo de ella hay una cobija donde se asoma un cordón umbilical y se escucha el llanto de un recién nacido. El hombre sostiene la cobija sin saber qué hacer. Otro hombre graba el momento con su celular. De pronto, a los 14 segundos de iniciada la grabación, llegó un médico, miró al bebé, a la mamá y no hizo nada. En la sala se ve poca gente, 9 personas, para los más de 30 asientos que hay. El doctor regresó se puso los guantes y actuó. El bebé ya tenía algunos minutos de haber nacido.

Este dramático video circuló el fin de semana en redes sociales y provocó mucha indignación. Elvia Ascencio, mujer purépecha, dio a luz en el suelo, sin que nadie la asistiera.

El llanto del bebé y los quejidos de dolor de la madre quedaron grabados en el video.  

Cuanta impotencia debió sentir el hombre que acompañaba a Elvia ante la indolencia del doctor que los miró y se metió las manos a las bolsas de la bata en lugar de actuar frente a la emergencia que tenía frente a él.

El autor del video crítica y cuestiona la falta de atención a la señora y narra que ya tenía rato esperando en el hospital. La desdicha de la insensibilidad.

¿Cuántos casos similares habremos conocido? Imagine usted todos los que no han sido evidenciados.

Mujeres, pobres e indígenas, la trilogía de la discriminación, la desgracia y el dolor.

La población indígena en nuestro país es de 25 millones (INALI), poco más de la mitad son mujeres y el 85 por ciento de ellas son pobres o muy pobres.

Las indígenas son víctimas recurrentes de la exclusión y la desigualdad. Enfrentan serias dificultades para acceder a los sistemas de salud, educación, justicia y laboral, en conclusión, son vulnerados sus derechos elementales. Y lamentablemente también son discriminadas al interior de su propia familia.

Un caso emblemático que merece la pena recordar es el de Jacinta, Alberta y Teresa, tres mujeres indígenas que fueron encarceladas por un delito que no cometieron, el presunto secuestro de 6 agentes de la entonces PGR. Su delito no fue el secuestro, su delito fue ser mujeres, pobres e indígenas. La realidad de los más vulnerables en nuestro país.

Todos los gobiernos en turno se han comprometido a implementar políticas públicas para mejorar la situación de las mujeres indígenas. Hasta hoy, no hay resultados.

Un caso más será el de Elvia Ascencio, la mujer purépecha que tuvo que parir en el suelo porque no recibió la atención oportuna.

La madre y su hijo están bien, por fortuna no se trató de un parto complicado.

Autoridades del hospital argumentaron que fue un parto espontáneo. Aunque así haya sido, hay protocolos, hay manuales de procedimiento para una mujer embarazada. Elvia no fue a urgencias por gusto, fue porque su hijo estaba a punto de nacer.

El gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, se comprometió a castigar tal negligencia, ojalá así sea.

Una vez más la realidad que flagela, a través de las “benditas” redes sociales.

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