Los “niños armados” de Guerrero

Carlos Arturo Baños Lemoine.

Yo soy oriundo de Acapulco de Juárez, Guerrero, y por el tronco paterno tengo vínculos con Oaxaca: mi familia paterna es originaria de la Pinotepa Nacional. Así que no me extraña ni me sorprende el fenómeno de los “niños armados” que quedó expuesto la semana que termina.

En las zonas rudas de la Sierra de Guerrero, uno tiene que aprender a echar machete y bala desde escuincle. De hecho, es un asunto de supervivencia elemental en muchas zonas sureñas. Y no dudemos de que esto también suceda en otras partes de México.

El miércoles 22 de enero, 19 menores de edad (entre los seis y los quince años) marcharon como parte de las autodefensas armadas de Guerrero. Los chamacos cargaron rifles un tanto viejos y oxidados pero funcionales, y lo hicieron como muestra de repudio ante el asesinato de diez músicos indígenas de la región. Según se dijo, fueron asesinados por Los Ardillos.

Los menores quedaron formalmente integrados a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias Pueblos Fundadores (CRAC-PF), un cuerpo armado con cerca de 25 años de vida, que integra a poblaciones rurales e indígenas de cerca de 16 municipios del sureste de Guerrero.

Se trata de regiones en permanente disputa. La pelea por recursos entre localidades es constante: territorio, agua, rutas comerciales, drogas, tráfico de personas, fiestas patronales, mayordomías…

Foto: El Imparcial / Agencia Reforma

Así ha sido por décadas, no hay de otra, porque en esas regiones agrestes y alejadas del país, la presencia de las instituciones armadas del orden gubernamental es una cosa rara.

Los pobladores siempre han dicho que los “guachos” (policías y militares) sólo llegan a hostigar a la población: “A todo mundo le ven cara de narco, de guerrillero o de secuestrador. Sólo llegan a chingar a la gente”. Y la desconfianza es mutua…

Casi nadie confía en las autoridades públicas locales que, por acción u omisión, terminan por favorecer a alguno de los muchos grupos delictivos que se mueven por aquellos lares.

La extrema pobreza no da mucha oportunidad para una vida distinta y la gente está obligada a establecer alianzas con arma en mano para mantenerse con vida.

Si el excelso Thomas Hobbes viviera, la zona de Chilapa y sus alrededores serían laboratorios idóneos para su teoría sobre el surgimiento del Estado como organización política: uno puede decidir vivir en aislamiento, pero entonces su vida sería pobre, fugaz y más violenta; y si uno quiere llegar a vivir más que un breve período de tiempo, debe asociarse, de entrada, con quien pueda ayudarle a conseguir comida y a repeler las agresiones de otros. Pero la tensión es constante, porque ninguna alianza es definitiva ni permanente. Nada nos garantiza la paz duradera.

Los “niños armados” de la zona de Chilapa son un ejemplo vivo y claro de que el instinto de supervivencia jamás se plegará a la frasecita tonta de “Abrazos, no balazos” que se repite como rito demagógico por ya saben quién.

Estamos lejos, muy lejos, de tener un país donde las armas no sean necesarias.

Por ello, lo mejor sería reforzar la cultura de tenencia legal de armas de fuego para el ejercicio de la auto-protección y la legítima defensa. Y hacerlo no sólo en Chilapa: la verdad es que todo el territorio nacional es inseguro.

 

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Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.

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