AMLO frente a crisis: queda la esperanza y el optimismo

Alejandro Rodríguez

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Vaya semana la que acabamos de vivir en México. Por más que la comunicación presidencial quiso distraernos con un circo de varias pistas – la audiencia de Emilio Lozoya, el avión presidencial, la militarización de los puertos, el proceso contra García Luna y colaboradores, la detención del “Marro”- los últimos días mostraron crudamente y en cifras concretas la grave crisis económica y sanitaria.

Una tras otra, las noticias del desastre en este año para el olvido: Pemex pierde 606 mil millones de pesos, casi tres veces más que el presupuesto anual de salud; México reporta récord diario de contagios por Covid 19 y una cifra de muertos ya cercana a los 50 mil para colocarnos en el tercer mundial por número de decesos en esta pandemia. Y todo ello, por no hablar de la peor caída de la economía mexicana en 100 años.

Porque los datos del Producto Interno Bruto al segundo trimestre de 2020 son, sin temor a exagerar, apocalípticos: el PIB se contrajo casi 18.9 por ciento y hemos perdido 10 años de crecimiento en solo 19 meses. Los apologistas de la 4T celebran que Estados Unidos supuestamente tuvo un descalabro mayor que el nuestro, pero ignoran que si usáramos la misma métrica anualizada de los gringos, la caída azteca hubiera sido de 53 por ciento en la primera mitad del año.

Los pronósticos más optimistas sugieren que tardaremos 4 o 5 años en volver al nivel que nuestra economía tenía cuando Enrique Peña Nieto entregó el poder a López Obrador. Será, pues, un sexenio perdido, y la responsabilidad se le achacará al coronavirus, que simple y fatalmente remarcó una tendencia negativa de inicio, cuando el mandatario desdeñó los pronósticos y mantuvo hasta la ignominia su promesa de crecer 6, 4 o por lo menos el mismo 2 por ciento con el que le dejaron las riendas del país, ese modesto ritmo expansivo que tanto criticó como un fracaso de política económica.

El presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos redobla la apuesta por el petróleo y su refinación para lograr una falsa soberanía energética como motor económico, necedad que destina hoy cientos de miles de millones de dólares a un barril sin fondo, a una quimera nacionalista sin pies (6 refinerías obsoletas) ni cabeza (la ociosa obra de Dos Bocas).

Pemex y la CFE son los hijos menos aptos para cargar con la responsabilidad del bienestar de la familia, pero a ellos se les destinan los mayores recursos

aún a costa de la propia sobrevivencia familiar. Las empresas de energías renovables ven en riesgo sus inversiones y los productores de carbón amigos del presidente celebran el retroceso hacia lo fósil, como una metáfora oscura de lo que es el desarrollo nacional en tiempos de supuesta transformación.

A la exigencia de un grupo de gobernadores de destituir al responsable del manejo de la pandemia en el país, Andrés Manuel López Obrador promete ponerse un cubrebocas cuando acabe la corrupción en México. ¿No había dicho que ese mal estaba superado? Vuelve a contradecirse, porque en vez de combatir las innegables malas prácticas en la industria farmacéutica mexicana, la pone al borde de su extinción con una iniciativa de ley para comprar todos los medicamentos del sistema público de salud en el extranjero. El señalado López Gatell será el supervisor de esa estrategia, porque al presidente no le importa lo que opinen los mandatarios estatales.

Y, como remate, el mensaje presidencial del fin de una semana para el olvido.

Un Andrés Manuel López Obrador en la comodidad de su biblioteca personal, en su casa y fuera de Palacio Nacional, como para deslindarse de su investidura, que reconoce la brutalidad de la crisis, pero que otra vez no perfila estrategia alguna ni acciones contracíclicas concretas, como lo hacen todos los países en el mundo.

Sus explicaciones no convencen: dice que afortunadamente todavía tenemos las remesas de nuestros paisanos, que el consumo se ha reactivado gracias a sus transferencias sociales y que -vaya consuelo- no somos el único país con penurias económicas.

Al final de su alocución sabatina, el presidente de la República apela frente a la cámara de televisión a lo único que le queda: “tenemos la esperanza de salir adelante y somos optimistas”.

Un asunto, pues, de fe, y no de decisiones trascendentes frente al peor tropiezo nacional del último siglo. La conclusión puede ser que la mal llamada Cuarta Transformación no es otra cosa que un gobierno fallido.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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