Raúl Flores Martínez.

Desde la toma de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), hasta este momento que escribo estas líneas, he estado en la cobertura informativa y algo que me llama fuertemente la atención, es que el grupo de feministas encapuchadas, son las mismas que se han ubicado en Ciudad Universitaria y en los desmanes de las marchas en la ciudad de México y Guadalajara.

Cómo lo sé, es sencillo. Los rasgos de los ojos, ropa y, sobre todo, la identificación que tienen las autoridades de inteligencia de la ciudad de México y ahora del Gobierno Federal.

Tienen nombres, rostros, direcciones, integrantes de familia de las famosas encapuchadas, que a pesar de que se cubran el rostro, no saben que ya fueron identificadas con un programa de computadora que detalla cada rasgo de la cara borrándose la capucha y comparándolas con los datos que tienen del INE.

Algunas no tienen actividad laboral o estudiantil, y es ahí que, bajo pretexto de la defensoría de las causas justas, viven de la buena voluntad de otros colectivos y del dolor de los familiares de las víctimas.

Debemos dejar algo en claro, y estás líneas no son para trasgredir la memoria de las víctimas y el dolor de sus seres amados, dolor que se comparte y he vivido por años en la cobertura de distintos reportajes, en algunos afortunadamente hemos tenido éxito de encontrar a la víctima o encarcelando al victimario al ser reconocido gracias a las diversas notas que sacamos con el rostro del feminicida.

Sé que, en este país, los diversos gobiernos nunca les ha interesado el tema de justicia para las mujeres, y sé también que este grupo de encapuchadas, tampoco les interesa todos los casos, son selectivas y están únicamente dónde obtienen ayuda económica.

Ejemplo a varias les he mandado el nombre, apellidos, alias y fotografías de los principales líderes locales del crimen organizado dedicados a la Trata de Personas, les he mandado datos sobre donde se encuentran los bares donde han sido explotadas e incluso ejecutadas con la peor de la saña, y simplemente hacen oídos sordos y cierran sus ojos esa realidad.

Como periodista y activista contra la Trata de Personas, con varias víctimas rescatadas sin necesidad de utilizar la violencia, pregunto ¿De qué viven estás encapuchadas? ¿De dónde sacan para comprar su vestimenta? Algunas piezas de esta vestimenta son botas de marca que oscilan el precio entre los 3 y 5 mil pesos, y como dice el mesías tabasqueño, quién pompó.

Reitero que desgraciadamente tomando instalaciones y haciendo movilizaciones, se exige en México la justicia, pero a qué le tienen miedo las encapuchadas, bajo qué pretexto ocultan su rostro, si ya están más que identificadas con nombre, apellidos, alias, edad, domicilio y familia. Alguien tiene que decirles que la tecnología avanzó y que hay diversos programas que les quitan la capucha para saber quiénes se esconden detrás de esas mascadas.

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