Dos años y no vamos bien

Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Hace un exactamente 365 días publiqué en este mismo espacio un texto que titulé “Un primer año que pudo ser diferente”, en referencia a que si aquel 2019 concluía con estancamiento y recesión económicas, ello fue responsabilidad del inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador por decisiones equivocadas que minaron la confianza para atraer inversión a nuestro país.

Hoy, al cumplirse el segundo año de la mal llamada Cuarta Transformación, estamos mucho peor porque a aquella crisis autoinfringida y a la necedad de no rectificar el rumbo se sumó la pandemia de Covid-19, que efectivamente le vino como “anillo al dedo” esta administración, porque así se encontró al culpable que necesitaban para ocultar y justificar soberbia, incompetencia, indolencia e improvisación en su labor de gobernar.

Cientos de miles de muertos después, con una crisis sanitaria fuera de control y un sistema de salud destruído, con índices nunca antes vistos de violencia criminal y alertas de género, con una economía hecha trizas y un triste desempleo y subempleo históricos, el presidente de la República tendrá que recurrir nuevamente a la retórica para tratar de engañarnos con que cumplió su promesa de que al fin de su primer bienio de gobierno estarían sentadas las bases de un supuesto e inexistente cambio para bien.

La misma retórica que prometió la inmediata desaparición de actos corruptos solo con la llegada de López Obrador al poder, pero que oculta convenientemente las acciones ilegales de su hermano Pío y no quiere hablar de que la inmensa mayoría de las adquisiciones públicas son canalizadas por adjudicación directa, ni mucho menos de presunta corrupción de varios de sus colaboradores.

El mismo engaño de un régimen que acabaría la violencia, pero que hoy solo ofrece una “Guía Ética” que pide magnanimidad a las víctimas y ofrece terapia psicológica a los delincuentes; sí, el mismo cinismo que identifica como similares las causas de un homicidio que de un feminicidio y que “acepta” el trabajo productivo siempre y cuando las ganancias de quien lo emprende sean “razonables”.

La necia perorata de que “vamos bien”, aunque México sea el peor país en el mundo para vivir con la pandemia, y noviembre termine con las cifras más altas de contagios de coronavirus por día, con más tumbas que las presumidas camas hospitalarias disponibles. Aunque 11 millones de mexicanos hayan ingresado al nivel de pobreza laboral y la economía se haya contraído un 10 por ciento, con la “esperanza” de recuperarnos en 4 o 5 años, lo que convertiría a éste en un gobierno fallido en materia de desarrollo, en un sexenio perdido, pues.

Parecen poco 2 años para lograr cambios profundos, pero son una eternidad por la alta expectativa que esa retórica presidencial generó. Y es mucho, muchísimo tiempo para seguir señalando a gobiernos y prácticas pasadas como responsables de lo que no pueden lograr con el poder en la mano.

No podemos ir bien cuando se presume la paternidad de una libertad de expresión que supuestamente no existía hace 2 años, que se ejerce falsamente cada mañana en un púlpito donde a diario se crucifican las voces críticas y se promueven expresiones abyectas y lambisconas de pseudoperiodistas aliados a la 4T.

No vamos bien porque México está más aislado que nunca en el escenario internacional, testigo de vergonzosas posiciones públicas sobre política de producción petrolera, de ridículas peticiones supuestamente reivindicatorias por sucesos ocurridos hace 500 años, de anécdotas ramplonas sobre el nombre propio de un héroe nacional como tocayo de un fascista italiano, o de una participación sin pies ni cabeza en el G20, el foro más importante de intercambio entre los principales jefes de Estado del mundo, que acabó convertido durante 5 minutos de 2 días consecutivos en un par de mañaneras más.

Termina el segundo año y se va un supuesto aliado que solo nos usó para su fallida reelección. No vamos bien porque el presidente de la República no es capaz de saludar a quien relevará a su buleador en la Casa Blanca, sede del poder de nuestro principal socio comercial.

No podemos ir bien cuando ni siquiera va bien la tierra natal del presidente, anegada ante la indiferencia de quien solo cuida su propia imagen y popularidad de cara a los comicios más grandes que habrá en nuestro país a la mitad del siguiente año, el tercero.

No. No vamos bien porque lo que se presume es una mayor concentración de poder, la destrucción del entramado institucional, el debilitamiento de organismos autónomos, la criminalización de esquemas laborales satanizados, el control del Poder Legislativo y la sumisión del Judicial. Porque se celebra el engaño monumental de que ya podemos juzgar a nuestro presidente, y que se realizará una consulta popular hacer lo propio con los anteriores.

Total, que México no es un mejor país que el que teníamos hace dos años, aunque todavía muchos compatriotas piensen lo contrario.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

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