¿La democratización del glamour?

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A la Báez, por 10 años de felicidad de la buena y contando…

No eres tú, eres lo que en ti inventa mi deseo.

Jacques Lacan

Checo Pérez se volvió la leyenda del automovilismo mexicano. Hacía cincuenta años que el himno mexicano no sonaba en un pedestal de la Fórmula 1. A la par de este éxito inigualable y encomiable surgieron preguntas en nuestra sociedad sobre el glamour. Por ello planteo algunas interpelaciones.

A lo largo de la historia, el hechizo del glamour ha estado reservado a unos cuantos grupos capaces de ejercer el poder o de seducir con él. Su aparición usualmente ha implicado la presencia de riqueza, ya sea que se despliegue desde ella o para ella. Ostentación, lujo, clase y estilo son algunos de los sustantivos que vienen a la cabeza cuando pensamos en glamour, todos los cuales han pertenecido tradicionalmente a las élites. Sin embargo, al mirar profundamente dentro de él es inevitable notar que no hay un factor que lo haga propiedad exclusiva de las clases “acomodadas”. Se trata, simplemente, de un territorio que estas proclamaron como propio, pero que de vez en cuando es reclamado por los márgenes. La exquisitez de la clase apuesta a la ordinariez del barrio. “¡Dos tandas por un boleto!”, se escucha el anuncio de Enrique Alonso, Cachirulo, homenajeando la carpa mexicana de hace ya un siglo, metáfora de una instantánea de lo común, que algún día retratara William Shakespeare al calor de la doble moral de la Inglaterra victoriana, esa misma en la que pudo surgir Sigmund Freud y sus subterráneas preguntas sobre el ser y su psique. El glamour apesta, pero no huele porque se mueve rápido y audaz entre nubes y espejismos, como un sortilegio que se desvanece.

El glamour es entendido como un “encanto sensual que fascina” o —en palabras del psicoanalista Marco Focchi— como “una suerte de encanto que embellece las cosas”. Como vemos, no hay en su definición nada que requiera de un derroche oneroso para que exista. Lo que lo ha hecho territorio de las élites es simplemente la posesión de los medios para producir estos encantos que fascinan, embellecen o hacen parecer las cosas más de lo que son. Pero la exclusividad de estos terrenos no dura para siempre, y exhibirse en las redes sociales es caer en el riesgo de ser devorado por los mitos de los gigantes de Silicon Valley. Como sabemos, el mito originario que sostiene sus negocios es la idea de que la cumbre de la participación política llegó gracias a empresas como Facebook y Twitter. Desde esta perspectiva, los procesos extrajudiciales como los linchamientos digitales son la cima de los derechos civiles y políticos. Abonar a semejante espejismo es contribuir al daño profundo que estas compañías le hacen a la sociedad. Sin embargo, es inevitable reconocer que la web 2.0 ha cambiado las interacciones sociales, que a veces nos entrega espejitos que pagamos con oro y que otras veces nos permite probar mieles antes exclusivas de las clases altas.

La web 2.0, desde sus variadas plataformas, permitió que la “suerte de encanto que embellece las cosas” pudiera ahora ser invocada por cualquiera. Los medios de producción digitales que generaban estos hechizos seguían, hasta hace unas décadas, en manos de los más afortunados, ya fuera porque el poder que se hereda con la sangre les hubiera sonreído o porque la suerte se hubiera encargado de encumbrarlos. El glamour, entendido así, era exclusivo de Hollywood, las pasarelas de moda en Milán, la Bienal de Venecia y hasta las carreras de Ascot y las réplicas que invadieron el mundo en diversos festivales, carreras de autos entre otros. Ese mundo iba de los oligarcas a los grandes estudios de televisión, y de los escenarios a las monarquías y viceversa. Pero algo cambió en los últimos años que revolucionó los medios de comunicación masiva tanto como los canales para acceder a los valores supremos, que se pensaban estáticos y bien asegurados en dos o tres bolsillos.

La web 2.0 amplió el espectro de personajes que podían participar en la emisión de mensajes masivos. Podríamos decir que se trató de una popularización, para dejar de usar el término democratización, dado que estos procesos no necesariamente han funcionado todos en la dirección de contribuir a la construcción de una democracia. Como sucede en el sistema capitalista, esto no significó que todos pudieran ser famosos o que todos pudieran tener una voz escuchada, pero sí que cualquiera podía hacerlo, ahora con más énfasis del que habían permitido medios como la radio y la televisión. Quitando mediadores, la web 2.0 abrió el camino para un sinfín de personajes que ahora serían de importancia pública y que quizás en periodos anteriores jamás habrían conseguido ser vistos.

Este proceso de popularización también entregó artilugios que antes requerían de la intervención de los grandes poderes. El glamour, el encanto que embellece las cosas, ese hechizo, fue entregado a un grupo más amplio de personas mediante esta revuelta tecnológica, lo que permitió que su territorio fuera habitado por más que solo las élites. De pronto, la capacidad de embellecer lo cotidiano —de tender un manto de seducción fascinante sobre la realidad— era también de las masas. Y fue así como las redes sociales se llenaron de glamour. Sus personajes ya no eran solo los duques y las condesas, los políticos de alto rango, los herederos de grandes fortunas o las bellezas estereotípicas elegidas por las cámaras de los estudios cinematográficos.

Parece que habláramos de una victoria estética insuperable, ficticia como la moda, que ha cobrado varias víctimas que alcanzaron ese glamour, las llevadas y traídas influencer del vacío. Sin embargo, creo que detrás de todo lo anterior hay una realidad muy dura, y es que la entrega de este hechizo es un hechizo en sí mismo. Puede que esta capacidad de seducción nos haya sido dada como un brebaje hipnótico para olvidar que, mientras nos presumimos en la cumbre de la democracia, lo único que hemos conseguido son las migajas de una poción mágica que sólo cambiará la vida de unos cuantos, aunque esos cuantos se elijan ahora según estándares distintos, pero que dejará la realidad intacta, tan lastimada como siempre. Finalmente, cada quien será libre o esclavo de su glamour.

 

Manchamanteles

La vida de Marilyn Monroe y su súbito deceso seguirán dando de qué hablar por muchos años a los análisis de la psique. El enorme abismo de la depresión donde lo que más brillaba era el glamour no deja de maravillarnos, aun pasadas las décadas. Pero el glamour es un manto seductor que embellece lo que toca; esto no significa que lo haga menos doloroso o inquietante. Monroe nos mostró un hecho que seguimos negándonos a ver: la belleza no neutraliza las heridas… y viceversa.

 

Narciso el obsceno

“Cuando te veo me ves;

cuando me ves te veo,

y no te parezco feo”.

Adivinanza de Narciso

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