Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

No es de ensueño, pero este vasto territorio nacional y sus pobladores están siendo llevados hacia una autocracia absolutista, lo cual se comenta aquí mismo y se ve confirmado por algunos de los medios más importantes del mundo. Veamos un poco de todo eso.

Miren, a nivel global, la democracia precipitó su caída en 2021 de acuerdo con el Índice respectivo de la Unidad de Inteligencia de The Economist (9/II/2022), que incluye 167 países sobre la base de 60 indicadores en cinco componentes (proceso electoral y pluralismo; funcionamiento gubernamental; participación política; cultura democrática, y libertades civiles). Más de un tercio de la población mundial vive hoy bajo un régimen autoritario, en tanto que sólo un 6.4% disfruta de una democracia plena.

Ciertos países han empeorado más, sobre todo en los estratos intermedios e incluso alguno tiende a caer de un escalón a otro (colores del mapa). En América Latina los peores son Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití, mientras que a México lo superan ya 16 de 24 naciones. Y de ninguna manera se trata de que estas mediciones anuales (desde 2006) sean derechistas, conservadoras o contrarias al actual gobierno de cualquier país.

Se reporta, en suma, que hemos retrocedido este año siete lugares (del 79 al 86). Pasamos de ser “una democracia imperfecta” a “un régimen híbrido” (por arriba están también las naciones con una democracia completa, y por abajo las de regímenes autoritarios). Esta tendencia es preocupante y, digamos, se asocia a la centralización del poder en el presidente a partir de los poderes Legislativo y Judicial, al igual que de los organismos autónomos y varias instancias de la sociedad.

No tanto por la pandemia como otros países que han restringido libertades, pero nuestro caso muestra ese marcado deterioro estos últimos años. Y, aunque algunos han deseado un gobierno fuerte con capacidad de decisión y sin estorbos, la perspectiva se volvió desalentadora por las fallas de la opción que nos tocó y nos recuerda el caso del presidente de Ecuador, Abdalá Bucaram, en 1997.

Bueno, en su reino un rey no ocupa parlamentos o contrapesos, ni tiene que escuchar críticas o recomendaciones e, incluso menos, evaluaciones irrespetuosas. El Estado es él, aparte de que no piensa rendir cuentas, ni tampoco lo consideran sus hijos y fieles que se puedan beneficiar de su legado testamentario (como el pliego de mortaja de los virreyes españoles).

Se lanzó duro el monarca contra los cronistas y murmuradores que pretendían narrar sus desventuras personales y familiares, o que exigían resultados de su reinado en cuanto a seguridad y verdadero bienestar. Sin embargo, desde aquel viernes 11, ya no se sabía cuáles eran los distractores y cuáles los problemas de fondo.

Hay quienes recuerdan, justo a la mitad de esta década del 2020, que el reino ya había pasado de la realeza a la república democrática, aunque regresó al gobierno de pocos y, finalmente, de uno. De tal forma, se dice, en el futuro deberá volver a la comunidad de estados democráticos en la globalización.

Las pugnas entre grupos se han radicalizado, e incluso se observan ya con otros reinos como el vecino o varios que hablan nuestro mismo idioma. Muy feo sigue casi todo… antes de que pueda empezar a mejorar. Habrá que reconstruir y recuperarse… volver al camino de la prosperidad a distribuir, pues.

* EL GRAN PUEBLO  DE México va a incluir buenos y malos, ricos y pobres, sabios y tontos, flojos y esforzados, aspiracionistas y conformistas, empresarios y trabajadores, empleados y desempleados… Es así muy difícil caracterizar a “el pueblo”, que ha sido y será bastante desigual por numerosas razones, ya que tiene un espíritu singular pero no resulta nada plano e incluye sureños y norteños, o provincianos y chilangos, o nacionalistas y globalizadores… los cuales inclusive nos acreditan sus evidentes desemejanzas y malquerencias.

Claro, nunca falta quien quiera representar y encarnar a los buenos, los pobres, los resignados, los desempleados, los nacionalistas o los sureños con su demagogia populachera y sus propósitos de poderío providencial y muy prolongado. Es fácil identificarlo, más difícil combatirlo.

Al enojarse y ofuscarse un poderoso caudillo tiende a hacer mucho daño a una sociedad, además de que la escasez de resultados o el exceso de presiones lo lleva a abusar de distractores. Pero, ojo, él también se distrae y cae en un círculo vicioso del que no saldrá… Peor para todos.

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