Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Ya había iniciado este terrible sexenio de 75 meses en julio de 2018 (no de 6 años o 72 meses, sino eso más 5 meses de transición activa en 2018, menos 2 en 2024 al ser el primer presidente que termina un 1 de octubre en vez del 1 de diciembre). Hacía falta un cambio y una lucha eficaz contra la corrupción, lo que el 1 de julio de aquel año habría contribuido al resultado electoral favorable a la campaña política —y la esperanza popular— de Andrés Manuel López Obrador.

Algunos que, muy aparte de campañas negras, lo vimos como alguien claramente peligroso desde el cambio de siglo y milenio, tratamos entonces de hacernos de una esperanza viable de renovación y mejora. Fuimos ingenuos porque, sin ningún elemento ideológico de nuestra parte, las regresiones y decepciones empezaron bien pronto con el absurdo caso del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).

Luego, eso sí, demasiados desastres ha producido al refocilarse y sostenerse en sus discursos, más que en la realidad; en su autoritarismo, más que en el convencimiento y la negociación; en cierta ideología, más que en la ciencia o la tecnología; en la división y el resentimiento, más que en la suma y el respeto; en conflictos que polarizan, más que en las soluciones necesarias; en una popularidad populachera, más que en los resultados esenciales; en la mentira a conveniencia, más que en la dolorosa verdad a enfrentar; en la defensa retórica de la soberanía, más que en avances hacia la soberanía misma; en los sentimientos o las pasiones, más que en las reflexiones o las acciones.

Con un marco similar, en su cuestionado viaje a Estados Unidos se apoltrona en su silla y en los desafíos al presidente Biden y su equipo, más que en un imprescindible cabildeo ante el poderoso Congreso bipartidista de ese país, que es donde se votan las iniciativas importantes. Se niega a escuchar o entender… y se engaña a sí mismo con la ayuda de sus aplaudidores, todo lo cual nos presagia deplorables consecuencias.

Aunque son múltiples las evidencias de un nuevo fracaso, él regresó triunfante: entre elogios que confirman una contraproducente abyección. Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la CdMx, coordinó una cartita de apoyo y alabanzas que fue firmada por todos “los gobernadores de la 4T”. Ellos saben bien que tienen que suscribir cualquier texto que les presenten, si es que quieren presupuesto federal y visitas presidenciales. No serían tan brutos o brutas, la verdad, y buscan convencerse de que basta con que sean “muy dignas” las propuestas no aceptadas por Biden.

Este viaje debía haber sido una buena lección, pero no se aprovechará… como en los casos de muchas experiencias negativas que no se reconocen. Así, claro, es imposible enderezar el camino.

Vienen, pues, otros escándalos y otros errores que se van acumulando… hasta algún punto del ocaso de este gobierno, o hasta que la sociedad y el pueblo desengañado lo determinen, con o sin elecciones.

* LA MUERTE DE LUIS Echeverría nos mostró con crudeza la satanización de que fue objeto durante tantos años. El presidente mexicano de 1970 a 76, hace ya medio siglo, tuvo una gestión de luces y sombras que, entre buenas intenciones, incluyó la creación del Infonavit, el Conacyt o la Universidad Autónoma Metropolitana, si bien el mayor impacto vino de las matanzas de 1968 (con Gustavo Díaz Ordaz) y 1971 (que era presidente).

Muchos se deslindan ahora del populismo autoritario de LEA, incluso su más fiel seguidor en los hechos, el actual presidente. Recordemos, oigan, que populismo no es “ayudar a los pobres”, sino pretender o simular que se les ayuda… y terminar por perjudicarlos.

Es así como, en el fondo y la forma, se confirma una y otra vez la inspiración de López Obrador a partir de ese personaje: en la economía, la intervención del Estado, la ‘dignidad’ contra los empresarios, las relaciones económicas internacionales, la política social o agropecuaria… aunque ha tenido que adecuarse hoy a un mundo tan distinto (TMEC, orden neoliberal, límites a la ineficiencia estatal). Aun con el mismo discurso demagógico y mesiánico, se advierten también diferencias pues AMLO no es dado a la represión (balazos sin abrazos), hay que reconocerlo.

Explica ahora que no se inspira en Echeverría, sino nada menos que en “los mejores” de la historia (Juárez, Madero y Cárdenas), tal como lo decían los propagandistas del propio LEA en su llamada Cuarta Sinfonía Revolucionaria. Y, fíjense, a éste le fue muy mal.

 

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