Carlos Arturo Baños Lemoine.
Algunos de ustedes, mis amigos, pensarán que me equivoqué en la pregunta. Tuve que haber preguntado quién es Jesucristo y no qué es Jesucristo. Pero no, no me equivoqué.
Son días propicios para reflexionar en torno a la importancia cultural que tiene un personaje llamado Jesús de Nazareth que, quizá, no existió como personaje histórico.
Nadie pone en duda la importancia mundial que tiene este personaje, ya que es el núcleo de la religión cristiana, que es la religión más extendida en todo el mundo: cuenta con 2 mil 400 millones de seguidores bajo distintas denominaciones; el catolicismo domina en América Latina.
Pero la creencia masiva en Jesucristo no deriva del hecho de que su existencia histórica haya sido probada, sino del hecho de que la dogmática, la moral y la liturgia cristianas han pasado automáticamente, sin mucha reflexión de por medio, de generación en generación. No hay nada de qué asustarse porque, de hecho, así funcionan todas las sociedades. La “tradición” suele ser una “transmisión” casi siempre irreflexiva.
Además, el problema de la historicidad de Jesús no resulta estorboso para quien, simplemente, quiere tener “fe en Jesucristo”: se trata de dos fenómenos diferentes, como bien me lo explicó, hace ya muchas décadas, Monseñor don Guillermo Schulenburg, el último Abad de la Basílica de Guadalupe, quien, por cierto, se metió en severos predicamentos cuando cuestionó la historicidad de la aparición mariana en el Tepeyac.
A David Strauss (1808-1874) y Ernest Renan (1823-1892) se les atribuyen los primeros grandes esfuerzos modernos en eso que ha sido llamado “la búsqueda del Jesús histórico”; y, si bien, ambos no llegaron a negar la historicidad de Jesús, sí trataron de quitarle a ésta todo rasgo sobrenatural o mitológico. Esto bastó para que se ganaran el rechazo de la Iglesia Católica, que censuró y prohibió sus obras. Pero el pinchazo ya estaba dado y le correspondió a Rudolf Bultmann (1884-1976) rechazar los evangelios como fuente histórica idónea: su iniciativa de “desmitologizar” al cristianismo terminó por cuestionar a fondo la historicidad misma de Jesús de Nazareth.
Y, el más reciente eslabón, lo puso Hans Küng (1928-2021) al replantear la difícil mediación entre la difícil historicidad de Jesús y la evidente creencia en Jesucristo, de tal suerte que, hoy en día, incluso los agnósticos y los anticlericales, como su servidor, podemos apreciar en la figura de Jesucristo no a una persona individual, sino a una tradición cultural que inició en la media luna del Creciente Fértil (de Egipto a Mesopotamia, pasando por Israel), se extendió después por el Mediterráneo hasta la Hispania y de ésta pasó, a finales del Renacimiento, a las tierras que hoy conocemos como América Latina.
Por ello, Jesucristo no es una persona, sino un extensa, rica y compleja tradición cultural, de la cual yo abrevo todos los días, esperando que ustedes también lo hagan.
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