Francisco Garfias.
Las injurias cotidianas a la ministra presidenta de la SCJN, Norma Piña, y los insultos al Poder Judicial en su conjunto, sólo han servido para alimentar una peligrosa polarización en México, que cualquier día se nos convierte en tragedia.
Esa hostilidad ha provocado también un vergonzoso “torneo de la abyección”, cuya medalla de oro se la lleva, con creces, Cuitláhuac García Jiménez.
El gobernador de Veracruz trajo el sábado a la Ciudad de México miles de acarreados –se habla de 10 mil– a gritarle a los ministros del máximo tribunal “corruptos”, “vendepatrias”, “lacras” y otras lindezas por el estilo.
Los acarreados cargaban ataúdes con nombres y fotos de los juzgadores que han anulado reformas de López Obrador contrarias a la Constitución.
Hablamos de la primera parte del Plan B electoral –y ya viene la segunda-; la reforma para que la Guardia Nacional quede bajo control de la Sedena; el decreto declara de seguridad nacional las obras prioritarias de este gobierno, entre otras.
Por increíble que parezca, las ofensas a la SCJN en la manifestación del sábado pasado fueron aplaudidas por el mismísimo presidente, López Obrador, padre de la polarización.
“En el caso de Veracruz, tienen un extraordinario gobernador, muy atacado es estos días porque convocó a una manifestación para protestar por la corrupción de los jueces. Lo hizo bien. Sin embargo, se le lanzaron muy fuerte”, dijo en la mañanera.
La de plata se la ganó a pulso el senador y aspirante a la gubernatura de Puebla, Alejandro Armenta. El numerito que le armó a Noma Piña, por amenazas y presiones que nunca existieron valió la mitad de esa medalla.
La otra mitad es por su iniciativa para desaparecer al INAI y que sus funciones las asuma la Secretaría de la Función Pública, una calca de lo que quiere AMLO.
El bronce se reparte entre el diputado federal Ignacio Mier, autor de otra iniciativa para que los ministros sean elegidos en urna; y las juzgadoras que siempre votan a favor de todo lo que quiere el presidente. Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz.
En el seno mismo de la Suprema Corte de Justicia se siente un ambiente de crispación. Fuentes al interior del máximo tribunal nos cuentan de pleitos y comentarios irónicos entre ministros y ministras, independientemente del bloque al que pertenecen.
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No alcanzan las palabras para describir la indignación que me provocan los insultos y agresiones físicas de un montón de cobardes a los reporteros del Grupo Fórmula que cubrían el sábado la manifestación convocada por Cuitláhuac García.
Además de las agresiones físicas al reportero a Juan Antonio Jiménez, y a su camarógrafo, Oscar Rea –patadas y golpes en la espalda– los corrieron del evento con gritos de “¡Ya se van, ya se van, los culeros ya se van…!”
Indignantes también los insultos y mentadas a los más destacados informadores –clientes de las mañaneras— que coreaban los acareados, azuzados por un tipo desde un altavoz: Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola, Azucena Uresti, Carlos Alasraky, Adela Micha.
Ni una palabra de condena a estos ataques en la mañanera de ayer. Un silencio complaciente de Palacio Nacional que expone a lo informadores a un riesgo mayor. Si no alzamos más la voz, lo vamos a lamentar.
Habrá que recordarle al presidente y a sus aduladores, auto llamados “el pueblo”, que el capítulo sobre violencia contra periodistas de la Relatoría Especial de la CIDH de la OEA sobre Libertad de Expresión incluye la siguiente recomendación:
“Adoptar un discurso público que contribuya a prevenir la violencia contra periodistas y no los exponga a un mayor riesgo, así como reconocer de manera constante, clara, pública y firme la legitimidad y el valor de la labor periodística, aun cuando la información difundida pueda resultar crítica, inconveniente e inoportuna para los intereses del gobierno.”
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No tengo memoria que a un presidente mexicano lo hayan declarado “persona non grata” en ninguna parte del mundo. López Obrador se ganó a pulso esa “distinción” por su reiterada injerencia en los asuntos internos de Perú.
FIN