Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

Hace una década empecé a escuchar que todos (de un lado y de los demás) vendrían a ser corruptos, lo que incluía ya rudos ataques personales a funcionarios y políticos, así como a ciudadanos y periodistas. Todo eso, claro, se ha desbocado en el actual gobierno y se agudiza cada semana en un marco electoral y sexenal, lo que tendría que transferirse al 2025 si no hay cambios importantes.

Ahora en discursos, conferencias mañaneras o anuncios propagandísticos se arremete una y otra vez en contra de una invención poco clara o mal definida, pero supuestamente maligna y muy perjudicial… nada menos que el llamado neoliberalismo. Esto se da no sólo en Economía o Educación, sino también en áreas como Salud, Seguridad, Energía…

Bueno, no se sabe de qué se trata con cierta precisión, aunque en el populismo autoritario que enfrenta hoy nuestro país es visto como culpable de casi todos los males del mundo y, además, avalaría el propósito de alterar y destruir lo anterior. En la Economía liberal, eso de neoliberal parecería referirse a la economía misma: a la existencia de mercados, utilidades en las inversiones, un orden monetario y presupuestal, un equilibrio financiero, la apertura internacional o la propiedad privada frente a la pública. Sin embargo, casi nada de ello se ha modificado.

La privatización, según la entienden los antiliberales o antieconomistas, sería un elemento constitutivo de lo neoliberal en materia económica y educativa o en otras áreas significativas. Aunque sólo sea en el discurso se vuelve negativo buscar algún grado de eficiencia, calidad, inversión privada, productividad y rentabilidad, orden administrativo, análisis de costo beneficio… o hasta de experiencias exitosas.

Acá también se le ha denominado “neoporfirismo” en un sentido ya más político y menos económico, con lo cual se convierte en algo más bien ideológico frente a rasgos capitalistas o libertarios que el Estado debería combatir por varias razones. Y se vuelve dogmático a partir de los trazados de la demagogia populista.

Todo ello adquiere gran relevancia para estar en posibilidad de desnudar y rechazar un burdo populismo autoritario que pretende perpetuarse en México a pesar de sus innumerables fallas y fracasos, acá y en el mundo. En su ansiedad llegan a mezclar aberraciones con calumnias en continuas provocaciones que, sea como fuere, le resultan muy redituables a este liderazgo populachero: para eso, ojo, algo debe haber aquí de estrategia deliberada.

Se identifican y condenan problemas de aparente locura del cabecilla, al igual que de su evidente desinformación y sus caprichos inmaduros (infantiles, los llama Jesús Silva-Herzog en Reforma). Ante burlas y rechazos, el caudillo aguanta y nada más se ríe. Hay, con todo, excesos de propaganda y de “realidades alternas” que algunos tienden a considerar “geniales”, pero que sólo se podrían sostener en la retórica y la simulación (simples mentiras y engaños).

Igual se abusa de la negación como estrategia para ocultar la verdadera realidad, aunque los hechos la desmientan todos los días (señala Raymundo Riva Palacio en El Financiero), y nuestro hábil maestro del engatusamiento sigue envolviendo a millones de mexicanos. Se repiten así inauguraciones y datos económicos que sólo existen en su palabra poderosa y sus montajes, con los peores presagios si no se le contrarresta.

A su vez, en Educación los sesgos han sido un pretexto que lleva a errores gravísimos, lo cual se ve confirmado en el aquelarre de los libros de texto gratuitos… Esa gran conquista social se empobrece por tantas imbecilidades.

En ningún tema, y menos en el conjunto, es cosa de esperar a corto plazo una debacle de este tejemaneje. Tenemos que adelantarnos, oigan, a pesar de las distracciones promovidas por un taimado mandatario muy echado para adelante.

Se viene un choque explosivo entre, por un lado, una lamentable marioneta con la cual se busca continuar en el poder, que ante insultos es respaldada por todas estas maquinaciones del Estado, y, del otro lado, una desafiante candidata tan fresca como atosigada y denostada con cualquier pretexto. Esto se vuelve aburrido… y peligroso.

 

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