Cuando el cielo se oscurece: una visión cultural de los eclipses

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Diana. Diana Soren. […] Diosa nocturna, luna que es metamorfosis, llena un día, menguante al que sigue, uña de plata en el cielo pasado mañana, eclipse y muerte dentro de unas semanas…

Carlos Fuentes

El día de mañana podremos presenciar un evento de gran relevancia del cual se está hablando en todos los medios: el eclipse solar anular que será visible en gran parte de nuestro país y América Latina. Los medios insisten en las maneras de presenciarlo de manera segura (información crucial), en la elaboración de dispositivos para verlo de forma indirecta e incluso se han organizado programas culturales para presenciarlo de manera colectiva e informar a la población en general sobre los fenómenos astronómicos.

Gracias a la ciencia de los eclipses, conocemos sus causas y efectos con precisión. Pero a lo largo de la historia, estos eventos también han significado importantes hitos que se han convertido en símbolos culturales y han motivado representaciones humanas de nociones complejas como la persistencia, la muerte, el tiempo y hasta la fragilidad. A través de la historia, observar el cielo y conocer los fenómenos astronómicos ha permitido el desarrollo cultural de las civilizaciones, impulsando a la humanidad a afianzarse en el entorno natural.

Gracias al conocimiento de los fenómenos astronómicos, se han desarrollado diferentes tipos de calendarios que fomentaron la agricultura, la ganadería y la pesca, la planificación de grandes migraciones humanas, la estratificación social y el surgimiento de grupos de personas dedicadas a la investigación y el diseño de modelos capaces de explicar el movimiento terrestre y el de los demás astros. La comprensión de los fenómenos astronómicos nos permite entender nuestro lugar en el universo, el de nuestro planeta, el del sol y el de nuestro satélite natural, las razones del día y la noche, de las estaciones del año, las mareas o los cambios en el clima.

La observación astronómica nos ha acompañado a lo largo de la historia y antes del desarrollo de las ciencias actuales, las explicaciones sobre los fenómenos astronómicos no faltaron e incluso fueron trascendentales para explicar al ser humano en el devenir del tiempo. Las culturas asociaron los eventos astronómicos con eventos de la tierra y con símbolos míticos y religiosos que influyeron en sus prácticas, en la explicación de su lugar en el mundo entre la vida y la muerte y se representaron en manifestaciones artísticas, en ritualidades y en figuras ficcionales cuyo objetivo consistía en relacionar la vida en la tierra con el resto del cosmos.

Los eclipses lunares y solares siempre han generado cierta fascinación por irrumpir en la normalidad. Los eclipses solares, en especial, constituyen eventos de gran calado porque la mayoría de las culturas humanas a lo largo de la historia han tenido actividad diurna y, por lo tanto, la desaparición de la luz en el día implica un quiebre de la realidad, un bosquejo que expresa lo trascendente, la muerte en medio de la vida, el tambaleo de todo lo predecible y esperado ante el dominio abrupto de la oscuridad.

Si hacemos un ejercicio de imaginación y nos situamos en la prehistoria, millones de años antes de los calendarios y la ritualidad de las grandes civilizaciones; podemos imaginar el temor que representa el escabroso oscurecimiento del día sin razón aparente. Sus efectos difícilmente podían mitigarse, pues se desconocía el peligro de mirar un eclipse solar de manera directa. Pero, además, nos preguntaríamos qué va a pasar después, cómo nos afectará este cambio. Con el desarrollo de las civilizaciones, la predicción de los eclipses no solo se tornó en un evento astronómico, sino también en la construcción de imaginarios que permitieran explicar rupturas tan abruptas como el oscurecimiento del sol.

Así a lo largo de la historia, los eclipses fueron vistos como conflictos entre la vida y la muerte; entre la luz y la oscuridad y entre el futuro y el pasado; como la representación de la ira de los dioses y otras entidades que se manifestaba con el ocultamiento del sol; como momentos de conexión entre lo divino y lo terrenal que llamaban a la acción de la humanidad; como luchas entre seres sobrenaturales que podían acabar por completo con la vida en la Tierra; como el desequilibrio entre las fuerzas del sol y de la luna; como señales de paz y concordia, pero también como malos presagios que anunciaban pestes y guerras; y los ejemplos sobran, pero nos demuestran la importancia de estos eventos como elementos que trastocan a las culturas.

Mitos sobre los eclipses hay muchísimos, por ejemplo, el de los antiguos vikingos que creían que los eclipses solares los causaban los lobos Sköll y Hati, que perseguían al sol y a la luna respectivamente, y que al atraparlos generaban que estos se ocultaran, por lo que las personas tenían qué hacer ruidos y agitar sus armas para asustarlos y evitar que devoraran a los astros por completo. En Mesoamérica los eclipses solares fueron representados de formas muy interesantes, en Tenochtitlán se creía que el dios del sol y la guerra Huitzilopochtli requería de sacrificios para evitar que el sol dejara de brillar.

Los mayas, unos de los mayores astrónomos y matemáticos de Mesoamérica, conocían a profundidad los movimientos celestes y podían predecir de manera muy precisa los eclipses solares, y también los veían como enfrentamientos cósmicos donde el dios jaguar se enfrentaba al dios celestial, siendo esta una lucha entre el bien y el mal. La ritualidad maya estaba enfocada en que las personas pudieran ayudar con sus acciones en la tierra a resolver la batalla en el cielo. Para los mixtecas, los eclipses solares mostraban que los dioses estaban enojados y requerían ofrendas para apaciguarse.

En el resto del mundo los eclipses también han sido dotados de una serie de significados terrenales, por ejemplo, cuando en el 585 a.C. los medos y los lidios se enfrentaban en la Batalla de Halys, un eclipse los condujo a acordar un tratado de paz al ser interpretado como una señal sobrenatural. Los chinos de la dinastía Shang pensaban que los eclipses eran causados por dragones que intentaban devorar al sol y que tenían que ser ahuyentados por medio de tambores y otros ritmos; mientras que, en la India de los Vedas, los eclipses eran vistos como energías cósmicas concentradas que llamaban a la purificación.

En la Historia Natural de Plinio el Viejo, se narra un eclipse solar que coincidió con la época de la muerte del emperador Tito, por lo que fue interpretado como un mal augurio; y algo similar se cuenta sobre Moctezuma II, quien según las crónicas hispánicas habría interpretado un eclipse como la señal de la ira de los dioses que contribuiría a la caída de Tenochtitlán. Más recientemente, en 1712, en la Gran Guerra del norte en Suecia, un eclipse solar sorprendió a suecos y daneses que también acordaron un alto temporal al fuego al interpretarlo como señal de paz. Mientras tanto, el eclipse solar de Nueva Inglaterra el 20 de febrero de 1945, fue visto por muchos como el símbolo del final de la Segunda Guerra Mundial.

Aún en tiempos recientes, los eclipses han sido dotados de una serie de significados terrenales. En 1999, el eclipse solar visible en Europa llamó a la congregación de miles de personas que lo vieron como un hito de transformación. Y es que a pesar de que contamos con valiosa información científica que explica la razón de estos eventos astronómicos, no deja de ser fascinante y sorprendente para la humanidad. Presenciar la irrupción e interpretarla personal y colectivamente es parte del fenómeno que podríamos llamar existir el eclipse. Atender las representaciones simbólicas explica nuestra condición humana y las necesidades de toda una época que se manifiestan en un instante donde el cielo se oscurece a pleno día.

 

Manchamanteles

De Lope de Vega:

Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre,

y en eclipse mortal las más hermosas

estrellas, nieve ya las puras rosas,

y el cielo tierra, en desigual costumbre.

 

Tierra, forzosamente pesadumbre,

y así, no Atlante, a las heladas losas

que esperan ya sus prendas lastimosas,

Sísifo sois, por otra incierta cumbre.

 

Suplícoos me digáis, si Amor se atreve

¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,

o siendo fuego, o convertida en nieve?

 

Mas el fuego no pesa, que exhalando

la materia a su centro, es carga leve;

la nieve es agua, y pesará llorando.

 

Narciso el obsceno

Voy a mirar el eclipse sin protección, hasta ahora no me he contagiado de nada.

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