Las palabras del silencio

Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas

“El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya prominencia le había ganado el privilegio de una dacha campestre, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscados y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Un año después, en las últimas horas del 26 de junio, fue sometido a un juicio sumario clandestino. Bábel se retractó de su confesión inicial y se declaró inocente. A las 1:40 de la madrugada fue puesto ante el pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: ‘¡Permítaseme terminar mi trabajo!’”

Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel, aparecidas gracias al amor e incansable energía de Nathalie Bábel, hija del escritor, quien salvó la vida en el exilio, pues su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario, la hubieran conducido al mismo fin que su padre.

La versión oficial soviética mantenida hasta antes del derrumbe de la cortina de hierro sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad. Fue ejecutado en la oscuridad: los represores de la inteligencia son cobardes, incapaces de asumir la responsabilidad de sus brutalidades. 

Obras Completas de Isaac Bábel reúne los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido y traducidos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística que sin duda es el homenaje debido a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos a 84 años de su asesinato.

Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el brutal georgiano que de la mano de su alma gemela, Lavrenti Beria, se propuso construir el paraíso socialista con una argamasa de sangre, lágrimas, dolor y carne humana. 

Pero el tiempo, que todo pone en su lugar, lo colocó junto a Hitler. Hoy no se distingue quién fue más sanguinario y no diferenciamos quién persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecibles para los dictadores de cualquier signo.

Es sorprendente y a fin de cuentas debemos agradecer en términos históricos –si se me permite el uso de esta expresión tan poco apropiada-, el patológico detalle con que los agentes del KGB guardaron el registro de sus brutalidades, lo mismo que en su momento la Gestapo.  

En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para eliminar toda disidencia, real o imaginaria, documentaron con meticulosidad y fervor religioso todos los episodios de su acción … gracias a lo cual es posible reconstruir parte de la historia de la represión.

La última fotografía de Bábel fue tomada en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño cuadro a blanco y negro vemos un rostro mofletudo de expresión serena, tal vez desencantada. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada. Al contrario, quizás haya en ella un gesto de compasión por sus verdugos.

En otro libro, Los archivos secretos de la dictadura, la paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky permite reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El poeta se declaró culpable de los más horrendos crímenes: alejamiento del pueblo, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y espionaje a favor de Francia … ¡reclutado por André Malraux!

Bábel además delató a sus co-conspiradores -entre ellos una mujer con la que sostenía una relación sentimental- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención, un documento destinado no a los fiscales, sino a ojos de tiempos posteriores:

“En lo que respecta a mis Cuentos de Odessa, estos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odessa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos […] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces populares, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos”.

En las últimas horas antes de su ejecución, Bábel intentó cambiar sus declaraciones y desmentir las “denuncias” que había formulado bajo la presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes delaciones:

“[…] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector y convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo su verdadera dimensión con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento […] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino”.

Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía, en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores, y la relación con artistas y escritores en conjuras contra el Estado. Así, Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.

La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques, a quienes se unió en 1917. Durante la guerra civil fue comisario político en el Ejército Rojo. De hecho su gran obra Caballería Roja, publicada en 1926, está basada en las experiencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odessa aparecieron al año siguiente. Sus obras de teatro Zakat y Mariya aparecieron respectivamente en 1928 y 1935. 

En una biografía publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, cuando mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente formaron Caballería Roja. Darles la forma deseada fue una tortura inacabable. A mi madre le leía versión tras versión. Treinta años después las recordaba de memoria. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro”. 

Isaac Bábel nació el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odessa, hijo de un tendero judío. De pequeño la experiencia de vivir un pogromo lo dejó profundamente impresionado. Ya mayor, se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido de Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis.

La censura soviética consideró que esos cuentos contenían una carga erótica (¡otra bête noire de la represión) y procesaron a Bábel bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto por el rumbo que tomaban los ideales de la Revolución, Bábel se alejó del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, los censores se encargaron de que no pudiera publicar. Durante la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934, Bábel exclamó ante sus colegas: “He inventado un nuevo género … ¡el género del silencio!

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