Marissa Rivera

Marissa Rivera.

Si un debate presidencial fuera tan interesante para los mexicanos como lo es, guardadas las proporciones, un juego fútbol, basquetbol, americano, o de beisbol, el próximo domingo tendríamos el mejor rating de televisión, para un ejercicio como este. Ojalá así ocurriera, pero temo que no será.
Mucha gente, a pesar del hartazgo que le provoca escuchar en radio y televisión a los candidatos, está muy interesada en el debate. Pero son los menos.
A millones de ciudadanos no les importa.
A muchos de ellos ya los amenazaron: “si no votan por un partido les quitarán los programas sociales”. Abusan de esos programas sociales como reparto de dinero, que no sale de sus bolsas.
Sin embargo, ellos ya saben por quién votar y lo que menos les interesa es perder una hora y media en un debate.
La otra parte de esos millones a quienes no les atrae, tampoco les interesa ni su futuro ni el de sus hijos.
Lamentablemente no han entendido lo que está en riesgo en esta elección.
México vive la peor violencia en su historia. Está sometido al crimen organizado. El gobierno ha sido omiso. Y encerrado en un Palacio todo se ve de maravilla. Por eso el presidente dice que está feliz, feliz, feliz.
La corrupción se desfoga sin descaro. Del tráfico de influencias de los hijos del presidente está prohibido hablar. En México reina la impunidad.
En salud no solo los engañaron, les quitaron lo poco que había. Ni hay atención médica ni medicinas.
A los militares, lejos de regresarlos a los cuarteles como lo pregonaron en campaña, les entregaron todo. Lo mismo hacen un aeropuerto que darle mantenimiento a una carretera. Todo con una sola finalidad, no transparentar el uso de recursos públicos.
En esta administración se cayó un tren de la línea 12 y murieron 27 personas, pero no hubo responsables, nadie fue a la cárcel. En Ciudad Juárez, murieron calcinados por negligencia y maltrato 40 migrantes. No hay ningún responsable.
En Segalmex ocurrió el mayor fraude en la historia de México, se robaron 20 mil millones de pesos. No hay ningún pez gordo en la cárcel. A los titulares, amigos del presidente, los protegen con otros cargos en otras instituciones.
Por eso es muy importante ver el debate presidencial.
Es la única manera de contrastar la realidad que millones viven, contra la de unos cuantos, los que viven en un Palacio y los que “callan como momias”, diría el clásico.
El momento que vive el país, merece que quienes tienen la autoridad y el poder de obligar a alguien a ver el debate deberían de hacerlo.
Por ejemplo, los maestros a sus alumnos para debatir en clase a cambio de un puntaje en la evaluación mensual, trimestral o semestral.
Los empresarios podrían incidir en sus trabajadores, con un bono o un día de descanso, por ejemplo, para que puedan comparar cuál de las dos candidatas los convence de algo mejor.
Por eso hay que ver el primer debate, el primer cara a cara entre las dos candidatas. Porque es la mejor manera de ponerlas en una balanza y saber qué trae cada una.
Además, porque la candidata oficial ha evadido asistir a foros como los de COPARMEX, Citibanamex, la Convención Nacional de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción y con estudiantes de universidades privadas como la Anáhuac, la Panamericana o el ITAM.
Y acá no tiene de otra. Tendrá que encarar a la candidata que no tiene nada que perder.
Porque es ella la que está en el poder y es ella que tendrá que responder, sin que haga enojar al presidente.
Aunque si ya le copió el modo hasta de hablar, también le podrá copiar como evadir en tema espinoso, que para eso es un maestro.
¿Habrá un atisbo de autocrítica de Claudia Sheinbaum? ¿Evadirá los cuestionamientos de Xóchitl? ¿Cómo defenderá lo que está mal en esta administración?
Por eso, nada más por eso, hay que verlo.

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