La narrativa oficialista

Alejandro Rodríguez

Alejandro Rodríguez Cortés*.

México renació el 1 de julio de 2018 merced al triunfo electoral que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República. Ese día, inició por decreto del propio vencedor la cuarta transformación de la vida pública en nuestro país.

Esa fecha, que incluso ahora se quiere hacer festividad en el calendario cívico nacional, marca ahora el verdadero inicio de la democracia mexicana. No importan ya la gesta maderista de 1910, la cresta y caída del priísmo o la terca oposición que emergió desde la clandestinidad comunista hasta la crueldad de la luz pública en 1968; es irrelevante la guerra sucia y más las reformas electorales que vinieron después. Qué importancia tienen las luchas democráticas en Chihuahua y San Luis Potosí, el cisma del PRI y el surgimiento del PRD, el inicio de la transición política en 1997, o la alternancia en el año 2000, mucho menos la resurrección tricolor en 2012. Vaya, hoy la narrativa oficial ni siquiera recuerda el triunfo electoral de López Obrador para llegar al gobierno de la ciudad de México.

Destacadas mentes que acompañan al movimiento lopezobradorista hoy en el poder, se autodesconocen como protagonistas de un largo camino del que formaron parte, porque lo de hoy es Morena, es la adoración política del líder sublime, es el templo mayor del ala sur de Palacio Nacional, es la lucha contra una corrupción que persiste y la militarización de una administración supuestamente civilista. Es la mayor crisis económica de la historia cuya culpa es de todo y de todos, lo mismo de gobiernos pasados que de la pandemia presente, pero no de la 4T.

Qué importa si dos terceras partes de los mexicanos estén excluidos del proyecto actual, cuando 30 millones de sufragios parecen suficientes para justificar el absolutismo, la pontificación y hasta la abyección. Hay argumentos, razones, pretextos, sofismas o francas acrobacias y maromas para todo.

La ausencia total de autocrítica lleva a la intolerancia por la disensión. El supuesto ejercicio de rendición diaria de cuentas es bloqueado por la primera línea de defensa, donde supuestos periodistas hacen preguntas a modo por encargo y sin vergüenza ni recato alguno.

La línea argumentativa excluye también cualquier asomo de rectificación en el camino, de corregir errores o de enmendar consecuencias de decisiones equivocadas.

Los símbolos que cuentan ahora son haber abandonado la Residencia Oficial de Los Pinos, aunque se ocupe un majestuoso palacio con más vocación de museo; rifar un avión sin dueño; desmantelar instituciones del Estado mexicano; encabezar un gabinete incompetente pero honesto; apostar por energía fósil y no por alternativas sustentables; apelar a la fuerza moral y no a la de contagio; traer a un acusado que se convierte en acusador.

Es más importante parecer que ser, aunque ello nos cueste cientos de miles de vidas, por la violencia que permanece y crece, por el virus que nos vence diariamente, por las medicinas que escasean o por la crisis económica que empobrece a millones.

Al fin que para todo habrá una razón por esgrimir: la guerra de Calderón, culpable de que los militares sigan en la calle y de que los malos les sigan ganando; la diabetes y la obesidad, pretexto favorito de López Gatell ante su criminal incompetencia; el mismísimo Covid-19 como causante del desplome económico; el conservadurismo de un régimen al que supuestamente relevaron el 1 de diciembre de 2018 pero que ahí sigue, útil para culparlo de todos los males que sufre la Nación.

Así el discurso oficial. Pareciera que nada ha cambiado aunque se cansen de decir lo contrario.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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