Los benditos contrapesos

Alejandro Rodríguez Cortés*.

Para muchos, la democracia mexicana inició en el año 2000, con la alternancia política que llevó a Vicente Fox a la presidencia de la República después de casi 7 décadas de priísmo; para otros, este país es democrático a partir del 2018 con el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.

En realidad, la democratización y el equilibrio del poder en México ha sido un complejo y largo proceso en el que -a mi juicio- si tuviera que establecer el antes y después, éste se ubicaría en 1997, cuando por primera vez un presidente de la República tuvo que lidiar con un Congreso dividido y sin mayoría clara, lo que prevaleció durante los siguientes tres sexenios.

El fenómeno de los 30 millones de votos que obtuvo en las urnas el actual presidente de la República tuvo un efecto dominó que logró una sobrerrepresentación de Morena en la Cámara de Diputados y con ello una clara mayoría para la mal llamada Cuarta Transformación.

El primer contrapeso al gran poder de López Obrador cedió en San Lázaro, y el presidente se ha empeñado en deshacerse de otros o por lo menos restarles capacidad de lograr los equilibrios propios de una democracia que se precie de serlo. Ha nombrado nuevos ministros de una Corte que ha dado más muestras de apoyo disfrazado de institucionalidad que de plena independencia, y ha tratado de minar la fuerza de organismos autónomos del Estado mexicano como la vergonzante Comisión Nacional de los Derechos Humanos, o con mucho menor éxito el Instituto Nacional Electoral.

Las tentaciones autoritarias de quien detenta legítimamente la Presidencia pasan también por lanzar todos los días ofensivas articuladas contra la clase empresarial o contra la prensa, desde un Palacio Nacional que lo mismo es el estrado de un juicio sumario que una máquina incansable de producción de propaganda política.

López Obrador ha estirado la liga, y la resistencia empieza a cosechar frutos. Los señalamientos con nombre y apellido de periodistas “amigos” o “enemigos”, la persecución digital de aquellos reporteros cuyas preguntas incómodas osan molestar no solo al presidente sino por ejemplo al subsecretario propagandista Hugo López Gatell, han despertado la conciencia de esa mitad de la población mexicana que no necesariamente está a favor del mandatario.

Es digno de celebración la entusiasta y efectiva reacción a la iniciativa presidencial para obtener absoluta discrecionalidad en el manejo del presupuesto federal, con el pretexto de la emergencia sanitaria y de la gran crisis económica que ya está entre nosotros.

La semana que pasó será recordada como los días en que México dijo NO a la autocracia, aún en uno de los primeros intentos por instaurarla.

La frágil mayoría opositora en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión acusó recibo de la presión social vía la prensa y las redes sociales, y resistió el embate autoritario de Palacio Nacional y de sus efebos morenistas.

Por lo pronto, esa diferencia de un voto impide la celebración de un periodo extraordinario de Sesiones de los diputados, donde fácilmente se aprobaría el golpe de Estado presupuestal. Podría parecer una victoria pírrica, pero ésta adquiere un relevante e histórico significado.

Porque los mexicanos ya decidimos vivir en democracia y ésta, tal vez imperfecta, pone y quita no solo políticos sino el poder mismo. De eso se benefició, con todas las de la ley, Andrés Manuel López Obrador y no podemos permitir que él mismo la dinamite.

La voluntad popular, la misma que hizo presidente a quien ha dividido a los mexicanos y que tiene sumido al país en una recesión económica, en una escalada de violencia y en una titubeante gestión frente a la pandemia, debe determinar lo que siga.

Y para muestra, otro botón. El del INE, sin 3 consejeros cuyas vacantes serán propuestas próximamente por el Presidente de la República, dijo también NO y obligó al IMSS a quitar la firma presidencial en la dispersión de créditos de apoyo a pequeñas y medianas empresas.

Las estrellas de estos días, brillantes y orgullosas, fueron pues la Comisión Permanente del Congreso de la Unión y el Instituto Nacional Electoral.

Que despierten las otras. Benditos y bienvenidos sean los contrapesos políticos.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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