Ingrid, una mala decisión y sus lamentables consecuencias

Carlos Arturo Baños Lemoine.

Muy triste y lamentable resulta el asesinato macabro y con saña de la joven Ingrid Escamilla, ocurrido durante la noche que transcurrió del sábado 08 al domingo 09 de febrero en la Alcaldía Gustavo A. Madero, Ciudad de México… ¡hace apenas una semana!

Todo apunta a que la joven de 25 años fue asesinada por su pareja, Erick Francisco “N”, de 46 años.

Los detalles del asesinato siguen siendo oscuros en cuanto a sus causas, ya que sólo se cuenta (por el momento) con una declaración del presunto homicida, la cual fue obtenida y filtrada ilegalmente por los policías que llevaron a cabo el arresto, violando de esta forma el debido proceso.

Alcanzamos a escuchar que el presunto homicida privó de la vida a Ingrid Escamilla al actuar en legítima defensa, previa agresión por parte de la joven. ¿Cierto o falso? Habrá que esperar los peritajes, porque la sola declaración del imputado no es suficiente, como tampoco lo será un posible testimonio por parte del adolescente autista que, al parecer, presenció el asesinato.

Por supuesto que la defensa de Erick Francisco “N” aducirá legítima defensa con respecto al homicidio, y enajenación mental transitoria con respecto al desollamiento del cuerpo inerte de la joven. Podemos jurar que ésta será la estrategia de defensa del abogado de Erick Francisco “N”.

Por supuesto que nos consterna y nos lastima, como sociedad, este tipo de casos. Ojalá nunca sucedieran. Pero la realidad es que, para el nivel de descomposición social que ya vivimos, lo sorprendente es que no sucedan más seguido. Muchos de los sectores de nuestra sociedad están muy podridos.

Como era de esperarse, las sectas feministas y sus “aliados” en la política, la academia y los medios de comunicación ya mostraron su intención de apoderarse de este lamentable caso, a objeto de seguir moviendo e imponiendo sus aviesos intereses.

Ya conocemos su modus operandi: utilizar casos socialmente muy dolorosos para sacar raja política y provecho propio. ¡Lo hemos visto tantas veces!

Para Ingrid piden justicia, como si la justicia dependiera de sus desplegados, manifestaciones, performances y actos vandálicos, y no del correcto funcionamiento del aparato público de investigación y de enjuiciamiento del Estado Mexicano. Y, para las mujeres en general, piden protección y seguridad, como si sus desplegados, manifestaciones, performances y actos vandálicos sirvieran para, al menos, atenuar los múltiples y agudos factores de riesgo que pueden aquejar la vida cotidiana de las mujeres.

Por desgracia, en México tenemos un pésimo nivel de lógica y de razonamiento científico. Por ello, no alcanzamos a analizar con rigor y buen juicio esta clase de casos.

Foto: redes sociales

Por desgracia, también, la mitología feminista ha contaminado el espacio público con su perturbada retórica victimista/chantajista que, cosa curiosa, termina siendo altamente misógina, porque da por sentado que las mujeres son entidades estúpidas y/o masoquistas por naturaleza, sin capacidad para tomar decisiones inteligentes y para comportarse como seres responsables de sus acciones.

La mitología feminista sólo un papel les asigna a las mujeres: víctimas aptas para el chantaje y la manipulación. ¡Misoginia en grado extremo!

Por ello, no debe sorprendernos todo el borlote circense que se está armando en torno al reprobable homicidio y desollamiento de Ingrid Escamilla.

Pero nosotros debemos ir más lejos y en otra dirección.

Por supuesto que, de entrada, debemos rechazar tajantemente la “ideología de género”, por irracional y anti-científica. La criminología es más útil.

Tenemos a la mano los hechos que nos permiten concluir que Ingrid tomó una mala decisión de origen, y ya conocemos la frase aquella de que: “Sólo se comete un error, todo lo demás es consecuencia”.

Hay un punto de origen que no podemos dejar pasar: Ingrid tomó la mala decisión de andar, de convivir y de cohabitar con Erick Francisco “N” y, peor aún, de “darle una segunda oportunidad” después de que éste desplegará un comportamiento violento.

Vamos por partes.

En todo acto criminal hay al menos dos partes: el victimario y la víctima. Obvio, el victimario llevará a cabo todos los actos necesarios para cometer el ilícito que le reporte algún beneficio. Por el otro lado, está la víctima que, hasta por sentido común, sabe que existen individuos llamados “delincuentes”, individuos que violan la ley y que afectan los intereses de otros con tal de obtener un provecho.

Para reducir al máximo la probabilidad de ser una “víctima”, toda potencial “víctima” debe tomar medidas preventivas para no incurrir en factores de riesgo, es decir, en aquellas circunstancias de tiempo, espacio y modo que facilitarían la acción criminal en su contra.

Todos sabemos que la ley prohíbe robar y nosotros, sabiendo que hay gente que transgrede la ley y roba, tomamos diversas medidas para proteger nuestro patrimonio: a nuestra casa le colocamos buenas cerraduras, le ponemos una alarma y le instalamos unas cámaras y una alambrada de púas; y nosotros adquirimos un arma de fuego para nuestra auto-protección y legítima defensa.

Por supuesto que, tratándose de menores de edad o de incapaces, recae en los padres y las madres el deber de previsión de los factores de riesgo, con miras a proteger a esta población vulnerable.

Y uno de los grandes problemas de nuestra sociedad, donde campea la delincuencia, es que mucha gente incurre cotidianamente en múltiples factores de riesgo. En el argot policíaco se dice: “Se ponen solas”, porque pareciera que hacen todo lo posible para ser víctimas de la delincuencia. Su imprevisión, su falta de precaución y su imprudencia le ayudan al delincuente a cometer sus fechorías.

Y pasa con todas las personas y con todos los delitos.

Las medidas preventivas son de suma importancia en materia de seguridad pública, porque queda más que claro que no existe presupuesto público ni capacidad operativa policíaca que alcance para proteger a todos los ciudadanos de todos los delitos todo el tiempo… ¡Esto es simplemente imposible!

La “prevención del delito” es una de las grandes materias de las políticas de seguridad pública en todos los países modernos: todos los ciudadanos debemos colaborar con las fuerzas del orden para evitar la comisión de delitos. Debemos evitar “ponernos”, hasta donde esto sea posible.

Pues, bien, en el lamentable homicidio que nos ocupa, y aunque nos duela mucho como sociedad, tenemos que aceptar que Ingrid cometió un grave error, con sus respectivas consecuencias.

Que quede claro: la culpa del homicidio sólo es del homicida… ¡pero cuántas facilidades le dio la víctima a su propio homicida!

“Dormir con el enemigo”, “Meterse en la cueva del oso”, “Meterse en la boca del lobo”, “Sentarse en el hormiguero” y “Calentar el nido de la serpiente” son algunas expresiones populares que se refieren al fenómeno que nos ocupa: desprotegernos conscientemente ante el peligro que nos acecha con evidente claridad.

Ingrid tomó la malísima decisión de cohabitar con un varón violento y, peor aún, decidió darle “una segunda oportunidad” después de un evento agresivo que incluso dio lugar a una querella ante al Ministerio Público.

Foto: Gobierno de México

No, señoras y señores, a la gente violenta no se le dan “segundas oportunidades”: uno se aleja de ellas de inmediato y, de ser necesario, se solicitan las correspondientes órdenes de restricción y de protección. Llegado el caso, incluso tramita su portación de arma con base en el artículo 10 constitucional.

Pero lo primero, lo primero, es tomar distancia del agresor… ¡no regresar con él para darle “una segunda oportunidad”!

¡Gran error de fatales consecuencias!

En materia de seguridad pública, nunca habrá gobierno, en ningún lado del mundo, que pueda ayudarnos si nosotros mismos no nos ayudamos ni siquiera en lo más elemental: control y reducción de los factores de riesgo que puedan convertirnos en “víctimas”.

Quien da segundas oportunidades a gente despreciable (y vaya que la hay), sólo está cavando su propia tumba.

Un solo error basta, lo demás es consecuencia…

Un solo error basta, lo demás es consecuencia…

Un solo error basta, lo demás es consecuencia…

No debemos olvidarlo. Y, si como sociedad de verdad queremos y buscamos el “empoderamiento” de las mujeres, las propias mujeres deben comenzar por habituarse a tomar decisiones tajantes en materia de auto-protección y de prevención del delito.

A la primera señal de violencia o de abuso… ¡a la chingada!

Y nunca dar “segundas oportunidades”, que “Más vale sola que mal acompañada” (de nuevo la sabiduría popular).

¡Ah, y si alguien piensa que deshacerse de gente desagradable “no es tan sencillo”, estaría menospreciando las capacidades intelectivas y decisorias de las mujeres! ¡Eso sería misoginia!

 

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Este artículo de análisis, crítica y opinión es de autoría exclusiva de Carlos Arturo Baños Lemoine. Se escribe y publica al amparo de los artículos 6º y 7º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Cualquier inconformidad canalícese a través de las autoridades jurisdiccionales correspondientes.

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